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¿Qué hubo de bueno en los 70?

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Durante años, Graciela Fernández Meijide (Buenos Aires, 1931) fue considerada intachable: madre de un hijo desaparecido en 1976, a los 17 años, militante de los derechos humanos; luego política exitosa en la coalición Frepaso, de centro izquierda. Fue uno de los íconos éticos de la Argentina hasta que se le ocurrió interrogarse sobre lo ocurrido en los 70: “¿Por qué nos pasó lo que nunca debió habernos pasado?”
La metodología criminal utilizada por las dictaduras del Cono Sur es cosa juzgada y sobre ese punto Fernández Meijide casi no innovó. Pero el desafío mayor implicaba mirar, también, hacia la extrema izquierda. De hecho ya lo planteaba el Nunca más, informe final de la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), creado por el presidente Alfonsín en 1983.

Durante años, Graciela Fernández Meijide (Buenos Aires, 1931) fue considerada intachable: madre de un hijo desaparecido en 1976, a los 17 años, militante de los derechos humanos; luego política exitosa en la coalición Frepaso, de centro izquierda. Fue uno de los íconos éticos de la Argentina hasta que se le ocurrió interrogarse sobre lo ocurrido en los 70: “¿Por qué nos pasó lo que nunca debió habernos pasado?”
La metodología criminal utilizada por las dictaduras del Cono Sur es cosa juzgada y sobre ese punto Fernández Meijide casi no innovó. Pero el desafío mayor implicaba mirar, también, hacia la extrema izquierda. De hecho ya lo planteaba el Nunca más, informe final de la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), creado por el presidente Alfonsín en 1983.

La introducción, escrita por Ernesto Sábato se iniciaba así: “Durante la década del 70, la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda”. No era una novedad ni una concesión al régimen militar recientemente caído. Fernández Meijide como encargada de la Recepción de Denuncias del organismo recogió testimonios y conoció protagonistas. Dirá: “Muchos militantes que habían vuelto del exilio […] me decían: ‘Si hubiéramos ganado nosotros habría sido un desastre. Éramos muy autoritarios. No teníamos un plan político ¿Qué hubiéramos hecho después’? […] Menos mal que no lo logramos porque éramos unos irresponsables y éramos muy violentos’”.

Héctor Schmucler, uno de los fundadores de la mítica revista marxista Pasado y Presente, que había perdido un hijo de 17 años, ya había escrito en la revista Controversia (octubre de 1979), editada en México: “En Argentina [...] hubo policías sin especial identificación muertos a mansalva, hubo militares asesinados sólo por ser militares, dirigentes obreros y políticos exterminados por grupos ‘revolucionarios’ […] ¿Los derechos humanos son válidos para uno y no para otros?”.

Desde entonces la discusión se mantuvo larvada, o disimulada por la izquierda intelectual hegemónica, aunque cada tanto suena fuerte. Juan Gelman, en un momento de distracción de sus deberes de icono de la izquierda, escribió en Página 12 (01-08/2001) un duro cuestionamiento al líder montonero Mario Firmenich: “Fui teniente del llamado ejército montonero. […] Firmenich: ¿Nada tuvo que ver con la política suicida y suicidante que él encabezó antes y después del golpe del 24 de marzo de 1976? […] Esa conducción esperaba el golpe con ganas, “tanto peor, tanto mejor”, decía Mao.”

Otro ex dirigente, Oscar del Barco llegó más lejos y en 2005 escribió: “Ningún justificativo nos vuelve inocentes. No hay ‘causas’ ni ‘ideales’ que sirvan para eximirnos de culpa.” Hector Leiss agregó un dato que suele perderse de vista: la cantidad de liceales, menores de edad, reclutados para la lucha armada: “Quien recluta a un menor, lo está condenando a muerte, por eso la ONU condena el reclutamiento de menores.”

Fernandez Meijide dedicó dos libros a estos temas: La Historia Íntima de los Derechos Humanos en la Argentina (2009) y Eran humanos, no héroes (2013). Fue cuando cometió su mayor pecado: cuestionar la leyenda de los “30 mil muertos.”

Para ese entonces el kirchnerismo estaba forjando una nueva historia oficial. Por un lado, amplió la definición de “víctimas del terrorismo de Estado” ubicando su inicio en 1969. Luego, en 2006, le agregó un nuevo prólogo a las sucesivas ediciones del Nunca más con el argumento de que “el prólogo original no reproducía la filosofía política que hoy anima al Estado en la persecución de los crímenes de lesa humanidad”, según Eduardo Luis Duhalde, entonces secretario de Derechos Humanos de la Nación.

Duhalde había sido, por otro lado, uno de los creadores de la mítica cifra de treinta mil desaparecidos. Fernández Meijide lo dejó expuesto al reproducir una conversación entre ellos: “Le pregunté ¿Decime Eduardo, de donde salió esa cifra de los treinta mil? Me dio una respuesta que pareció en ese momento lógica: ‘Cuando llegamos a Europa exiliados supimos que la convención más moderna sobre masacres era el genocidio y el genocidio supone una cantidad de gente notable.”

Otro ex montonero, Luis Labraña, lo refrendó: “Nadie me lo puede discutir porque fui yo quien puso ese número en Holanda […] para que […] nos otorgaran subsidios, parte de esos iban a las madres y abuelas y el resto se lo robaban en la cadena organizativa.”

Con esto, Fernández Meijide no pretendía cambiar el sentido del tema –iría contra sus ideales y su larga lucha-- sino que sentía la “necesidad de poner números exactos de desaparecidos para aferrarse al respeto por cada uno, por su historia, por su nombre, por su sufrimiento, por sus ideales, por todas las que pasó. Me parece malo, no me encaja, decir treinta mil o veinte mil, [aunque] como sociedad no hay diferencia. La tragedia de nueve mil asesinados es de tal magnitud que deja una herida que no va a soldar. En Chile los desaparecidos no llegan a mil, en Uruguay 144, y es tragedia.”

El contragolpe no se hizo esperar. Duhalde hizo pública una larga carta donde no lograba refutar lo dicho por Fernandez Meijide pero la cerraba con un argumento miserable: “…seguramente sus afirmaciones le asegurarán un buen éxito editorial para el libro que ha escrito.”

En 2007 se inauguró El Parque de la Memoria, 14 hectáreas frente al Río de la Plata, en la ciudad de Buenos Aires, en homenaje “a los que murieron combatiendo por los mismos ideales de justicia y equidad” y “a todos los que dieron su vida en la guerra revolucionaria”. Hay 30.000 placas pero solo 10.700 nombres, incluyendo equívocos y casos macabros como el de Fernando Haymal, un montonero ejecutado por la organización, luego de un “juicio revolucionario”, por haber cedido ante la tortura y entregado una casa que suponía vacía.

Viendo los odios jacobinos que dominan la Argentina de hoy Fernandez Meijide se formula una durísima pregunta histórica que el pensamiento dominante en el Río de la Plata se niega a responder: “Cuando uno mira los 70 se pregunta: ¿Qué hubo de bueno, en qué avanzó la sociedad en esos años?”

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Luciano Álvarez

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