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Elegía por la tercera España

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La Guerra civil española (1936-1939) y más extensamente los años previos y posteriores constituyen, a mi modo de ver, uno de los fenómenos históricos más densos de significados para comprender las lógicas políticas del siglo XX, el uso y abusos de la memoria, la trivialidad de las dicotomías y las consignas y la propaganda. Se dice que fue un ensayo general de la Segunda Guerra Mundial.

La Guerra civil española (1936-1939) y más extensamente los años previos y posteriores constituyen, a mi modo de ver, uno de los fenómenos históricos más densos de significados para comprender las lógicas políticas del siglo XX, el uso y abusos de la memoria, la trivialidad de las dicotomías y las consignas y la propaganda. Se dice que fue un ensayo general de la Segunda Guerra Mundial.

Es algo mucho más complejo que este fatigado simplismo. Fue una guerra intencionadamente lenta para ejercer el desgaste y exterminio del enemigo, por parte de los franquistas y un loco intento revolucionario por sectores del bando republicano. Las democracias cometieron otro Munich y dejaron tirados al borde del camino a los demócratas españoles. Stalin, en cambio tuvo un enorme protagonismo, no al servicio de la república sino de sus intereses particulares y su estrategia global; no hay que olvidar que el pacto germano-soviético, se firmó apenas cinco meses después del triunfo de Franco.

El 19 de febrero de 1936, luego de unas reñidas elecciones, el Frente Popular, coalición de varias izquierdas, llegó al gobierno. Inmediatamente un grupo de militares duros, los llamados africanistas, comenzaron a preparar un típico cuartelazo, previsto para principios de julio; el General Emilio Mola era su líder. El vil asesinato del diputado opositor José Calvo Sotelo fue el clarín de partida de un golpe de estado que, fracasado se convirtió en guerra civil.

Durante tres años, España mostró la barbarie en todas sus formas. Ignoro si la expresión viene de antes pero “el cainismo” -muy usada por los historiadores- es la que mejor define la vida cotidiana del período: la vida del hermano no valía un céntimo.

Un breve paréntesis. He leído mucho, he oído testimonios y recuerdos sin que mi simpatía visceral por los republicanos se modifique. He visto cuanta película se ha hecho; de Tierra y Libertad (Ken Loach, 1995) he perdido la cuenta, y vuelvo a emocionarme cada vez. Pero el estudio obliga al incómodo trato con los hechos.

En el autodenominado bando nacional hubo demócratas republicanos y monárquicos constitucionales hartos de la violencia callejera y el desorden, anacrónicos carlistas, poderosos intereses económicos, una Iglesia que controlaba bajo sus amplias sotanas la vida espiritual de los españoles privándoles de la libertad de conciencia, señoritos rentistas sin arte ni oficio y fascistas a la moda que iban desde los italianizantes a los nazis puros y duros.

Sin embargo, unir todo aquello fue más fácil: el ejército controló la situación y luego llegó Francisco Franco. El astuto gallego, como quien no quiere la cosa, fue metiendo a todos en caja, les puso una moña y los guardó debajo del palco de su poder; nacía el Generalísimo y su proyecto político que duraría cuatro décadas.

Del otro lado, junto a los nacionalismos vasco y catalán, bien diferentes entre sí, las izquierdas tenían tantos proyectos políticos como grupos. Es difícil encontrar explicaciones que unifiquen y expliquen el fracaso del bando republicano e incluso su aislamiento internacional, sin analizar sus incompatibilidades internas. Dos grandes estrategias le identifican: los que querían traer el siglo XX a España, mediante el progreso democrático republicano y para ello debían enfrentar en el campo de batalla a los contumaces rebeldes y por el otro, los que pretendían hacer la guerra y la revolución a un tiempo y cada uno por su lado: los anarcosindicalistas, el POUM trotskista y el ala radical del Socialismo y su sindicato, la UGT. El Partido comunista, pequeño, creciente y poderoso, totalmente servil a Stalin, a través de su miríada de asesores soviéticos, oscilaba sus posturas de acuerdo a las necesidades del Kremlin: defendía la legalidad republicana, imponía leoninos acuerdos comerciales bajo la hipocresía de la solidaridad internacional ante una república desesperada de insumos, y al mismo tiempo preparaba una eventual toma del poder asesinando a las elites conservadoras cuyo acto más representativo fueron los fusilamientos de Paracuellos de Jarama (unas 2.500 personas sacadas de las cárceles), bajo la dirección de Santiago Carrillo.

Asimismo, para mayor gloria de Stalin, liquidaron a Andreu Nin y la mayor parte de los dirigentes del POUM acusándole de ser una conexión fascista.

Los partidos revolucionarios usaron sistemáticamente las checas, la sigla rusa de Comisión Extraordinaria Panrusa para la supresión de la contrarrevolución y del sabotaje. Eran centros clandestinos de detención, en casas particulares, al margen de toda ley, pertenecientes a partidos y sindicatos. Allí se detenían sospechosos, se interrogaban, torturaban y luego de juicios sumarísimos se les ejecutaba.

A estos crímenes deben agregarse los célebres paseos, utilizados por ambos bandos, sobre todo en el año 1936. Cualquier ciudadano sospechoso, o simplemente calumniado por algún vecino, podía ser sacado de su casa durante la noche por bandas en las que se mezclaban pistoleros políticos y simples delincuentes, llevado a un descampado y asesinado. García Lorca fue, quizás, el más célebre de los paseados.

Indalecio Prieto, político socialista moderado escribió: “Ejecuciones sin sumario que se prodigaron en las dos zonas de España y que nos deshonraron por igual a los españoles de uno y otro bando.”

Mientras en el bando republicano los crímenes tenían altas dosis de espontaneísmo y desmadre, salvo los planificados por el aparato soviético, en la España de Franco se hizo metódico, sin prisa y sin pausa: no había que dejar enemigos en la retaguardia. El Caudillo, como Stalin, como Hitler, como antes los jacobinos de Robespierre, tenía claro que se podía ganar una guerra o alcanzar el poder, pero solo el terror y la eliminación física del adversario lo aseguraban a lo largo del tiempo.

Varias décadas atrás Antonio Machado cerraba sus Proverbios y Cantares con un premonitorio poema: “Españolito que vienes / al mundo, te guarde Dios. / Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón.”

Tengo devoción por la tercera España, la de aquellos seres humanos justos, capaces de observar una conducta moral en las peores circunstancias. En todas las guerras, en todas las situaciones críticas existen. En las próximas semanas dedicaré algunas crónicas a hombres como Vicente Rojo, Julián Besteiro o Melquíades Álvarez.

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Luciano Álvarez

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