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La dramaturgia del mal

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En 2005 el cineasta checo Martin Vadas y un grupo de historiadores descubrieron un material cinematográfico de ocho horas sobre el juicio a la dirigente socialista Milada Horáková y otras doce personas (Praga, 1950).

En 2005 el cineasta checo Martin Vadas y un grupo de historiadores descubrieron un material cinematográfico de ocho horas sobre el juicio a la dirigente socialista Milada Horáková y otras doce personas (Praga, 1950).

También se encontraron los expedientes de dicho juicio, los materiales propagandísticos, los artículos de prensa nacional y extranjera, una infinidad de cartas y solicitudes “espontáneas” de los ciudadanos y los informes de los dirigentes regionales del partido Comunista.

Por primera vez se disponía de un material tan completo para estudiar los mecanismos de los juicios fraguados por el sistema soviético. La producción académica checa sobre el asunto ha sido abundante, aunque escasamente traducida.

El primer objetivo del juicio procuraba destruir, en todos los sentidos, a los políticos no comunistas, fundamentalmente socialistas democráticos, dotados de prestigio por su integridad moral y su participación en la resistencia contra el nazismo. Milada Horáková era quien mejor representaba esos valores. Era una abogada de 48 años, dirigente de los movimientos feministas, prisionera de los nazis entre 1940 y 1945. Su prestigio internacional era enorme.

En septiembre de 1949, con la llegada a Praga de un equipo de asesores soviéticos comenzó el montaje de “una conspiración de centro para derrocar el régimen comunista impuesto en 1948”. Los acusados fueron detenidos en los días siguientes.

Es ocioso detallar los métodos usados para obtener confesiones y declaraciones. Lo concreto es que los textos fueron pulidos concienzudamente por el equipo de asesores y ensayados durante ocho meses. Cada uno de los obligados actores debió memorizar sus parlamentos. “El guión perfila héroes negativos y positivos (…) debidamente diferenciados (enemigos del pueblo, espías, belicistas, “quinta columna”, etc., frente a defensores de la democracia popular, etc.).” (Vladimír Just, “El proceso contra Milada Horáková como puesta en escena.”)

El 31 de mayo se inició la obra que incluía no solo a acusadores, jueces y fis- cales. “La campaña fue cui-dadosamente organizada por el aparato del partido y participaron millones de ciudadanos incluidos los escolares.”

La prensa publicaba largas reseñas, las calles se cubrían de paneles murales con sus extractos. En cafés, clubes y otros espacios públicos las radios estaban prendidas todo el tiempo, apoyadas por altoparlantes ubicados en las calles. Los secretarios regionales seleccionaban cuidadosamente a quienes presenciarían el juicio en la sala y luego darían cuenta de su experiencia en reuniones públicas.

En las escuelas y otros centros de estudio se dedicaban “secuencias de cinco minutos” diarios para explicar el juicio, además de tratarlo en profundidad en los cursos de educación cívica.

El lenguaje utilizado implicaba un linchamiento verbal de los acusados: “monstruos de nuestro tiempo”, “cínicos espías”, “traidores al pueblo trabajador”. De Milada Horáková se llegó a decir que “trabajaba para aquellos que pretendían lanzar bombas en los lugares donde viven miles de niños checoslovacos, incluida su propia hija.”

Consecuentemente, la indignación popular forma parte central del drama. Centenares de miles de cartas, declaraciones y artículos la proclaman. Los intelectuales y académicos, los más competentes para comprender la farsa, sin embargo, compiten en dureza. Su participación en esa campaña, salvo unos pocos convencidos, era una vía para lavar pecados, conservar cargos u obtener beneficios.

En el otro extremo están los niños: “Aunque todavía somos pequeñas,” escribe un grupo de alumnas de primero y cuarto de primaria, “seguimos los reportajes radiales del proceso contra trece traidores de nuestra república. También hemos hablado de eso en el colegio. Nos enteramos de que preparaban una nueva guerra . . . Por tanto solicitamos que todos los traidores reciban un castigo severo y justo.”

La “participación popular” no solo ayudaba a legitimar el juicio y crear un clima de histeria colectiva sino que permitía generar control social. Los dirigentes locales informan. Uno se preocupa porque la actitud serena y segura de Milada Horáková provoca “un sentimiento reconfortante en los reaccionarios” y otro observa que los campesinos y habitantes de los pequeños pueblos no parecen estar dispuestos a creer en las declaraciones de los acusados y que ha visto en la plaza “como ciertas mujeres ven a las reas Horáková y Zemínová como heroínas”.

Las condenas fueron pronunciadas el 8 de junio de 1950. Cuatro acusados, Horáková, la primera, fueron condenados a muerte y ejecutados el 27, el resto a largas penas. La reacción internacional no pasó de cartas pidiendo indulgencia, incluida una de Einstein.

La película que dejaría el juicio para la memoria nunca fue exhibida. La nobleza de Horáková y Záviš Karanda, saliéndose con dignidad del libreto, la histeria de los fiscales, la pasividad cómplice de los defensores y el ri-dículo juez que leía el guión como un apuntador de teatro, lo convirtieron en un documento fílmico imposible de editar. La puesta en escena, al menos en ese punto, fue un fracaso. Por esos mismos días, del otro lado del Atlántico, un mediocre senador de Wisconsin, Joseph McCarthy, iniciaba su propia caza de brujas. Un niño de pecho comparado con los soviéticos.

Los historiadores Petr Koura y Pavlina Kourova concluyen con una perplejidad: “Resulta difícil comprender como un país que se había contado entre los más democráticos de Europa se convirtió en un lugar donde millones de personas reclamaban la muerte de trece conciudadanos que, en su mayoría, […] formaban parte de su élite política, económica y cultural.” Lamentablemente, la Historia provee de abundantes ejemplos y un sostenido éxito del método soviético de fabricación de la Historia, de destrucción física y moral de toda oposición, el alineamiento de los tibios, canallas, oportunistas y pequeños pecadores, concluyendo en sociedades y grupos humanos alienados, y dóciles. No es simplemente historia pasada: su ADN puede reconocerse y rastrearse.

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Luciano Álvarez

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