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La discreción del Bien

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LUCIANO ALVAREZ

Hanna Arendt acuñó sabiamente la expresión "banalidad del Mal" para demostrar cómo en determinadas circunstancias, bajo ciertos regímenes e ideologías, el Mal es capaz de arraigar en individuos comunes y corrientes y no necesariamente en seres extraordinariamente perversos.

En estos tiempos, no peores que otros, sólo que mejor informados, nos hemos acostumbrado a la maldad banal. Todos los días somos testigos de esa forma específica del Mal.

El director palestino Hany Abu-Assad, en su película "El Paraíso ahora" (2005), hace un retrato descarnado de esa banalidad a través de dos jóvenes mecánicos, Said y Khaled, muchachos comunes, de familia, a los que se les asigna la misión de un atentado suicida. "No se ahoga un grito ni se les cae una lágrima, no hay contrición ni drama. Es algo que tienen que hacer y lo van a hacer, con toda naturalidad." comenta Cecilia Absatz, en el diario Página 12. Es más, uno de ellos podrá detenerse largamente en los rostros inocentes, cotidianos y anónimos de sus víctimas, durante el viaje en el ómnibus elegido para el atentado.

Pero, aun renunciando al espesor narrativo que permite el cine, basta escrutar las imágenes de los noticieros para ver como no hay contrición ni drama en las imágenes de esos jóvenes hombres y mujeres de las FARC, vestidos como para una película de Hollywood, capaces de retener a más de 3.000 secuestrados bajo las peores condiciones o en ese soldado israelí que tranquilamente le pega un tiro a un detenido. Podríamos enunciar una miríada de ejemplos.

Sin embargo y a pesar de todo, estamos rodeados por el Bien, que nos ampara y nos ayuda, pese a la desolación moral de nuestro tiempo y la aparente omnipresencia del Mal. El Bien se prodiga discretamente, sin titulares ni imágenes.

"Simplemente amor" (Love Actually, 2003 Richard Curtis), una comedia inglesa que recorre diversas facetas del amor, propone el ejemplo del 11 de Septiembre: "Los últimos mensajes que se recibieron de las víctimas no fueron de odio sino de amor."

El Bien es nuestro último refugio y compañía.

En consecuencia, podríamos hablar también de una "banalidad del Bien" para referirnos al modo de actuar de aquellos humanos comunes y corrientes que, bajo cualquier régimen o circunstancia, incluso desde cualquier ideología, son capaces de distinguir la frontera entre el Bien y el Mal, entre la justicia y el crimen.

Y no sólo saben distinguir, sino que -y esto es lo fundamental- son capaces de actuar con arreglo a su conciencia, aún en las condiciones más adversas.

Este es el signo de los Justos.

En el vocabulario bíblico, "Justo" equivale a quien practica una conducta moral acorde con los siete preceptos de las naciones, dados a Noé y sus hijos después del diluvio (Génesis 9).

Los evangelios se refieren en muchos pasajes a este concepto fundamental del Bien: la parábola del buen samaritano, que aparece en Lucas es, quizás, el ejemplo más claro.

La narración comienza cuando un doctor de la ley conversa con Jesús a propósito del camino de la salvación eterna. Ambos conocen perfectamente la ley y los textos sagrados: citan el primer mandamiento de Moisés, "amar a Dios por sobre todas las cosas" (Deuteronomio 6,5) e inmediatamente invocan la ley consecuente "amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Levítico 19,18).

En ese punto, el doctor le pide a Jesús que precise el concepto: "¿quién es mi prójimo?" Jesús le responde con una parábola: en la que pone en acción a tres protagonistas: un sacerdote del Templo; un levita, y un samaritano.

Los sacerdotes eran la cabeza de un auténtica teocracia, su carácter era hereditario y formaban el grupo social más poderoso.

Los levitas eran los ayudantes de los sacerdotes en los asuntos del santuario, tenían por misión cuidar los objetos sagrados y celebrar los oficios religiosos.

Por último, está el samaritano. En tiempos de Jesús, Judea y Samaria -asiento de los antiguos reinos de Judá e Israel, respectivamente- eran, junto a Galilea, las tres mayores regiones de Palestina. Samaritanos y judíos se consideraban mutuamente heréticos y practicaban un odio recíproco.

He aquí el perfil de los protagonistas y este es el conocido relato evangélico:

"Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones que, después de despojarle y golpearle, se fueron, dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. Luego pasó, un levita. También éste dio un rodeo."

"El tercero en pasar junto al herido fue un samaritano."

Pero el samaritano tuvo compasión y, "acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: "Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva."

"¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?" concluye Jesús.

"Quien salva una vida, salva al Universo entero", dice el Talmud.

En otro de los evangelios, el de Mateo (6.1), Jesús proclama la fundamental discreción del Bien:

"Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; Cuando des limosna, no vayas tocando la trompeta por delante."

Anthony de Mello, (1931-1987) un heterodoxo jesuita indio, explica esa cualidad de discreción, propia del Bien.

"Cuando tu mano izquierda no tiene ni idea de que tu mano derecha esté haciendo algo bueno o meritorio; es cuando hacer el Bien te parece lo más natural y espontáneo del mundo" ; cuando se tiene "el hábito de dar a cada cual su derecho, con constante y perpetua voluntad", había dicho Tomás de Aquino.

En 1953, aunque desarrollado a partir de 1963, el Estado de Israel creó un programa de reconocimiento y distinción con el objeto de rendir el máximo honor a aquellas personas que, sin ser judíos, les prestaron ayuda durante la persecución nazi con anterioridad y durante la Segunda Guerra Mundial. Se los denomina "Justos entre las Naciones".

Tres uruguayos han sido postulados a este reconocimiento: Florencio Rivas, cónsul General en Alemania, el húngaro-uruguayo Laszlo Erdely Lakos y el médico Alejandro Pou.

Este hermoso atributo de "justos entre las naciones", debiera tomarse como ejemplo, más allá de su específica delimitación actual. No hay un lugar en la tierra que no merezca su "Jardín de los justos".

Para limitarnos sólo a nuestro entorno, ¿acaso no son numerosos los olvidados y discretos justos que protegieron y ayudaron a muchos perseguidos durante las dictaduras militares que agobiaron a la región? ¿Cuántos lo hicieron sin compartir ideología, ni métodos, ni fines?

Que bueno sería que recordaran a aquellos justos quienes en momentos desesperados recibieron un soplo de humanidad.

El relato de sus acciones nos permitiría construir una memoria del Bien que compense tanta memoria del Mal.

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