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¿Qué van a decir en el barrio?

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Da igual el nombre del jugador, todos reman con la misma fuerza y en la misma dirección. En eso consiste jugar a la uruguaya.” (Jorge Valdano, El País de Madrid el 20 de junio de 2014). En estas palabras el lector reconocerá una definición de la garra celeste o charrúa. Sin embargo hay una cierta unanimidad en que la expresión es posterior a los triunfos de 1924, 1928 y 1930. Incluso pareciera tener fecha de inscripción en el registro histórico: 27 de enero de 1935. Hay quien arriesga, incluso, que el autor fue un cronista de El Diario, en un artículo publicado el 29.

Da igual el nombre del jugador, todos reman con la misma fuerza y en la misma dirección. En eso consiste jugar a la uruguaya.” (Jorge Valdano, El País de Madrid el 20 de junio de 2014). En estas palabras el lector reconocerá una definición de la garra celeste o charrúa. Sin embargo hay una cierta unanimidad en que la expresión es posterior a los triunfos de 1924, 1928 y 1930. Incluso pareciera tener fecha de inscripción en el registro histórico: 27 de enero de 1935. Hay quien arriesga, incluso, que el autor fue un cronista de El Diario, en un artículo publicado el 29.

Es claro que ese agonismo --”espíritu de lucha”, según la Real Academia-- era previo pero subsidiario respecto a las dotes técnicas que los habían llevado a ser los mejores del mundo. Salvo quizás en la final de 1930, “jamás habían tenido que revertir resultados o sacar fuerzas de flaqueza. No precisaban contragolpear ni ganar de atrás o sufriendo. El continente y el mundo celebraban su superioridad técnica.” (Rafael Bayce)

En 1935 se concreta un Campeonato Sudamericano Extra en el marco de los festejos de IV centenario de la ciudad de Lima. Enemistadas a raíz de la final de 1930, las dos principales asociaciones del continente habían interrumpido esa tradición, anual desde 1916. Aceptada la invitación se decidió incluso que no se usaran las camisetas tradicionales: Uruguay usaría una roja y los argentinos blanca.

Aun había cinco campeones del mundo en el equipo uruguayo: José Nasazzi, Enrique Ballestrero, Héctor Castro, Peregrín Anselmo y Lorenzo Fernández. Eran veteranos al borde del retiro: Nasazzi y Lorenzo tenían 34 años, los demás alguno menos, apenas. Anselmo no llegó a jugar y Lorenzo Fernández se sumó con reticencias: “Ya no estaba para esos trotes”, confesaría. Se sumaban jóvenes figuras que luego tendrían particular destaque como Aníbal Ciocca, Enrique Fernández y Marcelino Pérez. El periodista Diego Lucero que asistió y narró aquella aventura afirma que no llevaron ni técnico ni preparador físico, funciones asumidas por el Manco Castro y José Nasazzi. Eso sí, como utilero, masajista y cocinero iba Matucho Fígoli, el único hombre que participó de los cuatro títulos mundiales de Uruguay.

En cambio los argentinos presentaban un equipo poderoso, renovado y con jóvenes estrellas que harían historia: José María Minella, Miguel Ángel Lauri, Antonio Sastre y Herminio Masantonio, los más célebres. A su frente, el húngaro Emérico Hirsch iniciaba una celebrada carrera en el Río de la Plata. Participaron otras dos selecciones, Perú y Chile y los partidos se jugaron en el estadio de Santa Beatriz. Habría una novedad, se permitiría el cambio de jugadores durante el partido.

Diego Lucero cuenta que durante el largo viaje de 9 días los muchachos jóvenes “escuchaban atentos y admirados” los relatos y consejos de los últimos héroes de la generación olímpica.

Debutaron el 13 de enero contra Perú, jugaron mal aunque ganaron 1 a 0. En el segundo partido contra Chile también se ganó --2 a 1--jugando nuevamente mal. El publico se preguntaba ¿Esos son los campeones del mundo? Mientras tanto, Argentina era una máquina que aplastó sucesivamente a Chile y Perú: sendos resultados de 4 a 1.

El 27 de enero se definiría el torneo entre los históricos rivales. Los uruguayos tenían una semana para prepararse y recuperar a Nasazzi y al golero Ballestrero, lesionados contra los chilenos. El capitán pasaba largas horas con su pie dentro de una palangana a la que Matucho Fígoli reponía de agua caliente, sal gruesa y ceniza. Cuando por fin salieron para el partido decisivo Nasazzi se dirigió al querido masajista: “Matucho, esta noche vas a llorar”. Era un viejo augurio, repetido y cumplido con las victorias y los emocionados llantos de Matucho.

Bastaron diez minutos para que el público peruano dejara de preguntarse: “¿Estos son los campeones del mundo?”. Al terminar el primer tiempo los uruguayos ganaban 3 a 0. El segundo tiempo se hizo violento, Las peculiaridades de la memoria insisten en recordar los breves momentos de una brutal pelea entre Masantonio y Lorenzo Fernández. Acallados los sopapos, el partido continuó; así era el fútbol de aquellos tiempos.
Faltaban pocos minutos y el partido estaba ganado cuando Lorenzo Fernández cayó al suelo, acalambrado. Fígoli trató de masajearlo y ponerlo de pie, el gallego pidió el cambio, sin embargo Nasazzi se le acercó. Hay muchas versiones para recoger el mismo sentido de sus palabras. Elijo la más expresiva: “¿qué van a decir en Montevideo, cuando sepan que pediste que te sacaran? ¿No te da vergüenza?”. Lorenzo se levantó: “Dejá Matucho, no salgo nada.”

Lorenzo fue el héroe de aquel campeonato. El País publicó su foto cubriendo toda la primera página. Parecía cumplirse el vaticinio del austriaco Fisher, vicepresidente de la FIFA: “Mientras estos hombres puedan caminar serán campeones del Mundo.” Pero en 1935 ya no podían caminar y debieron compensar sus deficiencias apelando a la garra y orientando a los más jóvenes. Con el tiempo el concepto se desdibujó, se confundió con violencia y pareció ser el único valor al que los futbolistas uruguayos podían apelar. Sólo cuando se le colocó en su debido su lugar y carácter, en una compleja articulación de técnica, excelencia y disciplina, se lograron nuevas hazañas.

En 1967, Lorenzo Fernández, descorazonado, sentenció que el peor mal que podría hacérsele al fútbol era “llenar de plata a los jugadores” […] Una cosa es el cristiano sin plata y otra sin plata, la plata termina con todo.” Pero el viejo león se equivocaba, como se equivocaron otros. El periodista argentino Jorge Barraza, acaba de escribir, el 25 de junio de 2014: “Los uruguayos son una rara avis de este deporte: viven, cobran y se preparan como profesionales, pero juegan como amateurs.” Luego agrega: “Lo viven como en un desafío barrial, por el honor de la comarca, poniendo todo. […] A la hora señalada, cada uno representa a su barrio, su familia, los amigos, […]. Tampoco puede fallarle al propio grupo.”
Ignoro si Barraza conoce los hechos de Santa Beatriz. Pero, ¿Qué otro sentido tienen sino aquellas palabras de Nasazzi? “¿Qué van a decir en Montevideo?”.

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Luciano Álvarez

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