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Las cincuenta doncellas

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Mencía Calderón nació en Medellín (Extremadura) entre 1514 y 1520, en una familia de hidalgos, se caso con su coterráneo Juan de Sanabria, viudo y padre de un hijo, Diego; tuvieron tres hijas: María, Mencía y Francisca.

Mencía Calderón nació en Medellín (Extremadura) entre 1514 y 1520, en una familia de hidalgos, se caso con su coterráneo Juan de Sanabria, viudo y padre de un hijo, Diego; tuvieron tres hijas: María, Mencía y Francisca.

En Julio de 1547, Sanabria firmó su capitulación como Gobernador del Río de la Plata, sustituyendo al desgraciado Alvar Núnez Cabeza de Vaca. Se comprometió a fletar 6 barcos para un viaje de población, el primero en el Río de la Plata. La novedad era el grupo de mujeres, unas casadas que acompañaban a sus maridos, otras que iban a su encuentro en Asunción y doncellas casaderas de origen hidalgo que todo lo arriesgaban y vivían “con excitación y revuelo de la fantasía el proyecto de viajar a encontrar compañero seguro”, dice Josefina Plá, para formar parte de la nueva nobleza que se estaba forjando en América.

Juan de Sanabria muere en Sevilla al comienzo de 1549, durante los largos preparativos. Su madre le recomendó rescatar su dote y volver a Medellín pero Mencía Calderón, sin experiencia alguna, asumió el enorme riesgo de comandar la expedición. De lo contrario, explicó en una carta de 1564, “muchas personas que habían gastado sus haciendas para venir la jornada quedarían perdidas…” Logra que su hijastro, de dieciséis años, sea reconocido como heredero y parte con las tres primeras naves disponibles. Diego la seguirá cuando logre preparar las otras tres.

El 10 de abril de 1550 zarpan la nao San Miguel y dos bergantines. Mencía lleva consigo cincuenta mujeres, tres de las cuales son sus hijas. Juan de Salazar, el fundador de Asunción, es el capitán que asegura experiencia y destreza. Un viaje, calculado en nueve meses se convertiría en una odisea de casi seis años, un rocambolesco devenir de desgracias (1550-1555).

Luego de hacer buen viaje hasta las Canarias, durante una noche tormentosa, la San Miguel se pierde de las otras naves. Dice Salazar: “Quedé solo con la capitana y conmigo todas estas señoras y mujeres y doncellas y hasta cien hombres, los más gentes del campo”. Derivan hacia las costas de África y el 25 de julio les ataca una nave de corsarios franceses. Salazar, el piloto Juan Sánchez de Vizcaya y Doña Mencía Calderón logran negociar la entrega de todos los valores a cambio de respetar la integridad de las mujeres. Mencía asentó debidamente que las jóvenes habían mantenido su honor a salvo.

Pero los corsarios destruyeron o se llevaron los artes de navegación y desde entonces rumbearon “como gente perdida y desesperada de ver jamás tierra. […] No había “ningún médico, ni cirujano, ni barbero, ni medicinas. […] Cada día seremos menos”, escribe Salazar.

Por fin el 16 de diciembre de 1551, luego de diez meses de torturado viaje, llegan a Santa Catalina y el 1 de enero de 1552 Juan de Salazar hace el recuento exacto: ochenta hombres y “cuarenta mujeres doncellas y niños”. Durante el viaje debieron morir unos veinte hombres y unas diez mujeres, entre ellas, probablemente, la menor de las hijas de Mencía Calderón.

Es harto difícil reconstruir el orden de lo que siguió. Diego de Sanabria jamás llegó. Partió de Sevilla en 1552 al frente de las otras tres naves, perdió el rumbo, fue a parar al Caribe, naufragó frente a Venezuela y decidió seguir a pie hasta Asunción. Lógicamente, nunca más se supo de ellos.

Desde Santa Catalina y habiendo perdido todas las naves subieron hasta San Francisco, en el actual Estado de San Pablo. El gobernador portugués Tomás de Souza, les recibió, les dio cien ducados, “las mandó aposentar y honrar lo mejor que pudo”, pero ordenó, al mismo tiempo, que ningún español pudiese salir de la población, so graves penas.” Parece ser que de Souza interceptó una carta de Mencía Calderón para la Casa de la Contratación de Sevilla informando del tráfico de indios esclavos que realizaban los portugueses. Lo cierto es que pasaron allí otros dos años.

No todo fue penuria. Florecieron amores y bodas, que no es lo mismo. Juan de Salazar se casó con una de las viajeras, Isabel Contreras, viuda de otro de los expedicionarios; Francisco Becerra; Hernando de Trejo con María la hija mayor de doña Mencía. Allí mismo tuvieron un hijo que sería destacada figura de la colonia, fundador de la Universidad de Córdoba. Una vez viuda, María se casaría con Martín Suárez de Toledo y sería la madre de Hernandarias.

No faltaron los matrimonios trágicos. Una hija de Isabel Contreras, Elvira, se casó con Ruy Díaz Melgarejo, huido de Asunción por esos días y con fama de una “ferocidad ilimitada”. Años más tarde, la sorprendió con fray Juan Fernández Carrillo, que fuera confesor de las mujeres durante el viaje y los mató a estocadas.

En 1555, Juan de Sanabria urdió un plan para fugarse, dividió el grupo en dos: uno, en el que iban las mujeres tomó el antiguo camino de Peabirú, la senda indígena de más de 1200 km que antes habían transitado Alejo García y Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Otra parte de la gente y el equipaje fueron embarcados en un bergantín remontando el Plata y el Paraná. Los caminantes llegaron primero.

Dice Enrique de Gandía que “llegaron a destino en noviembre de 1555 en medio del júbilo y la algarabía de los antiguos conquistadores, y la sorpresa de algunas mujeres casadas que reencontraron a sus esposos rodeados de vástagos mestizos, algunos de ellos ya adolescentes.” A esa altura Domingo Martínez de Irala había sido nombrado gobernador y poco que reclamar le quedaba a Mencía Calderón.

Esta aventura fue conocida merced a los relatos del capitán Juan de Salazar, el piloto Juan Sánchez de Vizcaya, el artillero alemán Hans Staden y una carta de Mencía Calderon. El protagonismo de la adelantada se diluye en medio de los hechos. Fue olvidada hasta el siglo XX; ignoramos hasta la fecha de su muerte. El historiador Enrique de Gandía publicó un primera investigación en 1931, el resto, la glosó. En los intersticios de la peripecia, el personaje ha querido ser rescatado por el discutible género de la novela histórica y una decorosa serie de televisión: El corazón del océano (2014). Una calle y una placa la recuerdan en Asunción.

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Luciano Álvarez

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