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Aserrin y pan rallado

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Analizar el pensamiento filosófico del señor José Mujica es una tarea tan ingrata como pretender separar el aserrín del pan rallado en una milanesa preparada con tal compuesto. Y le llamo señor para no confundirlo con su otro yo que ejerce la presidencia de la República y que parece estar siempre escindido –aun en sus mejores versiones-- entre la peroración y el “no me la llevan”..

Analizar el pensamiento filosófico del señor José Mujica es una tarea tan ingrata como pretender separar el aserrín del pan rallado en una milanesa preparada con tal compuesto. Y le llamo señor para no confundirlo con su otro yo que ejerce la presidencia de la República y que parece estar siempre escindido –aun en sus mejores versiones-- entre la peroración y el “no me la llevan”..

El 11 de noviembre proclamó que le resulta un alivio que la mitad de los integrantes del nuevo Parlamento carezcan de título universitario, y agregó: “Como decía un autor tradicional: ‘Le tengo miedo a los bachilleres, porque por que saben algo se creen que lo saben todo. Y el que no sabe tiene la humildad de los que no saben, y trata de escuchar y de aprender.’”

Procuré en vano, seguramente cuestión de ignorancia, encontrar la cita, aunque me suena a Mariano José de Larra. También puede originarse en un antiguo refrán, que viene al menos del siglo de oro español, que dice: “Bachiller en artes, burro en todas partes.” Según los diccionarios pertinentes quiere decir que cuando alguien se especializa demasiado en algo específico, es incapaz de hacer cualquier otra cosa en la vida.
Es justo decir, también, que las reflexiones del señor Mujica sobre la educación abarcan un espectro más amplio. Recientemente, hizo referencia, críptica para la mayoría de sus seguidores, a la batalla perdida por Pedro Figari frente a Batlle y Ordoñez, en defensa de la formación técnica. El primero --también Luis Alberto de Herrera-- soñaba con un país donde los institutos politécnicos tuvieran un lugar privilegiado, mientras que Batlle daba prioridad a la formación republicana a través de los liceos. Nuestra enseñanza actual no cumple bien ni una cosa ni la otra.

Pero esta discusión, profunda y en deuda, queda sumergida por su anti-intelectualismo, subrayado por un desprecio por los diplomas, que el señor Mujica expresa una y otra vez con expresiones como la que encabeza este artículo. La hostilidad y desconfianza hacia las actividades especulativas y teóricas, consideradas poco prácticas, cuando no despreciables y compañeras de la soberbia, no es una invención, claro está, de este pensador nacional. Es antigua y ha recorrido todo el globo. El rechazo, cuando no el odio, a la inteligencia académica es frecuente, ya en dosis homeopáticas, ya en letales, entre los hombres prácticos o de acción. Su aforismo más célebre seguramente no sea del agrado del señor Mujica: “¡Muera la inteligencia!”, pronunciado el 12 de octubre de 1936, precisamente en el paraninfo de la augusta Universidad de Salamanca, por el general franquista Millán Astray.

Más cerca en el el espacio y la proximidad ideológica está el 17 de octubre de 1945 cuando las masas populares del peronismo se movilizaban en defensa de su líder. En La Plata al pasar frente a la Universidad se produjo un incidente con los estudiantes; los manifestantes peronistas comenzaron a cantar una consigna que se haría célebre: “Alpargatas sí, libros no”, también “¡Haga patria mate un estudiante!”.

Si bien el señor Mujica abreva en fuentes notoriamente cercanas –como el populismo o el caudillismo— no es menos cierto que el anti-intelectualismo ha tenido otras formas y corolarios. Quiéralo o no, su discurso es compañero de ruta de quienes quisieron llevar la tesis a los extremos de una ingeniería social.

Durante la Revolución cultural china, la clase intelectual y dirigente del país fue uno de los blancos fundamentales de los guardias rojos. Fueron abolidos los exámenes de acceso a la universidad y los programas de estudio dieron un lugar a la formación ideológica, eliminando los estudios considerados puramente intelectuales y la ciencia “burguesa”. Los técnicos calificados y los profesores universitarios, en caso de salvar su vida, eran enviados al campo como peones. La enseñanza superior fue destruida.

Más lejos llegó uno de los seguidores de la revolución cultural, formado en Paris: Pol Pot. Cuando, en 1975 tomo el poder en Camboya, al frente de los Jemeres Rojos, se decidió que la revolución socialista debía construirse con el “pueblo antiguo”, los campesinos pobres, mientras que el “pueblo moderno”, los habitantes de las ciudades y los cuadros pro occidentales deberían ser reeducados, o exterminados. En apenas cuarenta y cuatro meses asesinaron a un millón setecientas mil personas, todos sospechosos de ideas y practicas burguesas.
Es claro que estamos ante dos ejemplos extremos, pero nacidos ambos de la misma matriz anti-intelectualista.

Paradójicamente, los caudillos anti-intelectualistas suelen ser presa fácil de charlatanes seudocientíficos. Cuando Stalin se enteró que Trofim Lysenko (1898–1976) había descubierto un método para abonar la tierra sin utilizar fertilizantes o minerales concluyó que por fin había encontrado al “científico descalzo”, el mito del genio campesino soviético encarnado, que ahogaría en la vergüenza a los científicos de formación académica. Entre 1927 y 1964 logró vender proyectos inverosímiles –todos fracasados-- a Stalin como las “instrucciones prácticas” para la agricultura que incluían consejos como enfriar el grano antes de plantarlo.
Durante su primera presidencia, Juan Domingo Perón se entusiasmó con un proyecto de Energía Atómica que le presentó Ronald Richter, un supuesto científico austríaco. Entre 1948 y 1952, funcionó la planta piloto de la isla Huemul, en San Carlos de Bariloche. Perón anunció que la energía de fusión nuclear sería distribuida a domicilio en recipientes similares a las botellas de leche. En septiembre de 1952 el informe Balseiro terminó con la farsa, cuando ya se habían gastados cifras siderales en el experimento.

José Mujica es un caudillo importante. Es presidente, senador electo, es el político más votado y popular de este país, sus afirmaciones difícilmente pueden ser tomadas a la ligera. Quienes creen en él, cualquiera sea su nivel de formación e inteligencia, han de tomar por buenos sus aforismos, quizás no falten quienes “se la lleven” y crean que un país puede progresar sin “bachilleres”. Desde mi soberbia diplomada e intelectual le recomendaría la lectura de un poema de Goethe: El aprendiz de hechicero.

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Luciano Álvarez

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