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Lo que no queremos

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La carrera electoral ya se largó y el Uruguay asiste y participa de la misma. En otra oportunidad escribí que, en mi opinión, lo que está en juego o en discusión en esta elección es una sola cosa: que el Frente siga o que no siga. Recibí críticas surtidas: pero me sigo preguntando.

La carrera electoral ya se largó y el Uruguay asiste y participa de la misma. En otra oportunidad escribí que, en mi opinión, lo que está en juego o en discusión en esta elección es una sola cosa: que el Frente siga o que no siga. Recibí críticas surtidas: pero me sigo preguntando.

Es casi un lugar común creer o sostener que los políticos buscan interpretar cuáles son los problemas de la gente para luego ofrecer soluciones. En los hechos todos los candidatos encargan encuestas para saber qué quiere la gente. No es cuestión de guiarse ciegamente por los datos de las encuestas pero no se puede negar la importancia de un conocimiento cabal del estado de la opinión pública para tomar decisiones adecuadas en la campaña electoral.

Ahora bien: hay dos maneras de indagar en el estado de la opinión pública (o en la disposición electoral, si usted prefiere llamarlo así). Una es preguntarse qué quiere la gente y otra es preguntarse qué no quiere o qué no quiere más. En las circunstancias del Uruguay de hoy parece más certero lo segundo. No debe tomarse esto como un enfoque negativo; lo negativo y lo positivo son dos formas de discurso para referirse a la misma realidad en sus dos caras. Si yo estoy para el bien inevitablemente estoy contra el mal.

En la realidad del Uruguay de hoy la investigación y la reflexión sobre lo que el uruguayo no quiere como insumo indispensable para configurar un discurso electoral arrojaría las siguientes respuestas. Los uruguayos no quieren más que los asalten por la calle o le copen su vivienda (por eso va a salir la baja de la edad de imputabilidad). No quieren más no poder asistir al estadio. No quieren más una enseñanza pública que no forma a sus hijos para la vida. No quiere más que asambleas de ochenta personas decidan todos los años una huelga de docentes al comienzo de las clases. No aguantan más dirigentes gremiales que digan que los paros son pedagógicos y enseñan valores a los niños. No aguantan más que se siga imponiendo textos de estudio con una historia oficial falsificada. No soportan más que los dejen a pie en la parada por un episodio que no causaron ni pueden remediar. No quieren más que se permita la ocupación de los lugares de trabajo y que se impida por la fuerza trabajar a los que quieren hacerlo. No quieren más que el gobierno vierta millones en empresas fundidas y comprobadamente inviables. No quiere más que sindicatos fuertes como los metalúrgicos pongan exigencias que sólo las grandes empresas pueden cumplir y que obligan a las herrerías y talleres de barrio a funcionar en negro. No quieren más que el gobierno siga creando cargos públicos para colocar a sus adeptos. No toleran más que se siga otorgando privilegios a los funcionarios públicos sin exigirles que atiendan mejor a la gente. No banca más haber sido ignorado olímpicamente en dos decisiones plebiscitarias. No aguanta más las procesiones a la casa de jerarcas procesados por acciones u omisiones que han costado millones de dólares al pueblo. No quiere más parlamentarios ignorantes y obsecuentes que funcionan según obediencia como los militares y malredactan leyes insensatas que después hay que enmendar o no se pueden aplicar.

La lista es mucho más larga que el espacio del que dispongo. Quiero terminar recogiendo el comentario que me hizo hace poco un amigo particularmente sagaz: el Frente Amplio está para perder; lo que falta es alguien que quiera ganarle y se presente como alternativa neta.

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Juan Martín Posadas

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