La situación económica de Uruguay es muy compleja. Si no se reduce el déficit fiscal y se retoma el crecimiento, la deuda pública se volverá insostenible en los próximos años.
Sin un compromiso creíble de implementar reformas profundas, va a ser imposible convencer a las calificadoras de riesgo de que Uruguay vaya a pagar la deuda sin inconvenientes. Ya no se puede seguir así.
Para explicar el crecimiento de la deuda pública juegan básicamente tres variables: el déficit fiscal, la evolución de la actividad económica y la tasa de interés a la que se accede al financiamiento. En el pasado, la variable tipo de cambio tenía un rol crítico, pero, gracias al proceso de desdolarización iniciado en 2003, Uruguay tiene hoy una proporción de deuda en dólares bastante alineada con el ideal. En definitiva, si no alcanzan los ingresos fiscales para pagar el gasto público, aumenta la deuda porque hay que pedir prestado. Si la economía crece, la mochila de la deuda se puede cargar, si no, se hace cada vez más pesada. Si sube la tasa a la que le prestan al país, el monto total de la deuda sube, porque los intereses también cuentan.
Desde hace un año que la tasa de interés internacional nos está ayudando. En setiembre de 2018 la tasa internacional estaba arriba del 3% y se daba por cierto que iba a seguir subiendo a lo largo de este año. Hoy está en 1,7%. Si bien no se debe descartar el riesgo latente de que las tasas puedan subir significativamente, hay que reconocer que las perspectivas mejoraron.
Pero no alcanza. Incluso con tasas bajas de interés en los próximos años, los registros actuales del déficit fiscal y la falta de crecimiento hacen que la deuda no sea sostenible. Según cálculos de dinámica de deuda, si se mantiene la situación actual, la deuda pública alcanzaría valores superiores al 90% del PBI en el próximo quinquenio. La historia indica que cuando la deuda llega a estos niveles se hace inminente la reestructuración. Así sucedió a principios de los 80 y en 2003. Hoy la deuda en Argentina asciende al 90% del PBI y todos los días se escucha hablar de su reestructuración…
Uruguay tiene que reducir el déficit fiscal por lo menos en dos puntos. El esfuerzo de la actual administración para desacelerar el crecimiento del gasto público no fue suficiente. El esfuerzo exigido al sector privado con impuestos más elevados y tarifas públicas que no reflejaron la caída en los costos de producción fue contraproducente. El próximo gobierno va a tener que hacer un esfuerzo mayor al realizado para reducir el gasto público. Habrá que adaptar el sistema de seguridad social a la realidad actual. Además, va a ser necesario un trabajo de microcirugía en el que previamente se evalúe qué se hace y cómo en cada rubro del presupuesto nacional. Naturalmente que la tarea no será ni grata ni inocua, pero no habrá más remedio. Lo fácil ya se hizo.
Para frenar la dinámica explosiva de la deuda no alcanza solo con reducir el déficit fiscal, es vital que retorne el crecimiento económico, ausente hace tiempo. El estancamiento oficial de la economía ya lleva un año. Las Cuentas Nacionales que publica el Banco Central con base 2005 así lo indican. El estancamiento no oficial lleva casi cinco años. Así sería si se siguiera la metodología de precios encadenados que utiliza, por ejemplo, el Banco Central de Chile. Con precios encadenados se evitan algunos problemas de la desactualización de las Cuentas Nacionales, porque para valorar las cantidades producidas se actualizan los precios todos los años en lugar de utilizar precios de 2005, con todas las distorsiones que puede traer. Los precios de las llamadas a celulares son un claro ejemplo. Si hace memoria recordará que en 2005 salía una fortuna llamar de un fijo a un celular y la gente se preocupaba por llamar a los números amigos que eran de la misma empresa. A esos precios están valuadas hoy las llamadas entre celulares cuando se publica el PBI a precios constantes. Y así se explica gran parte del crecimiento desde 2015.
Sin crecimiento económico impulsado por el sector privado, no hay ajuste de gasto que sea suficiente. Los datos oficiales muestran que la inversión privada (en proporción al PBI) cae ininterrumpidamente desde 2012. Es cierto que en aquellos años Uruguay tuvo una inversión récord, pero también es cierto que aquellos niveles de inversión privada (en proporción al PBI) no fueron mayores a los que se observan en países que logran sostener un crecimiento económico vigoroso.
Hay un tema conceptual profundo en el diseño de los estímulos a la inversión que hay que modificar. Un estado que quiere saber qué hace y deja de hacer el sector privado y que no tiene en cuenta los incentivos para producir, no ayuda, complica. Cuando la ecuación para la inversión no cierra, no es posible dirigir lo que no existe.
La historia era muy diferente una década atrás cuando llovían inversiones gracias a los bajos costos para producir, en gran parte porque los salarios estaban sumergidos. Hoy el nivel de ingresos de la gente es mucho mejor y así la capacidad de gasto. Pero sin inversión privada no es sostenible.
Si Uruguay no tiene un shock urgente y contundente de reformas que generen las condiciones para que retorne la rentabilidad, va a ser muy difícil que pueda atraer nueva inversión productiva. Todo lo que hay que hacer es complicado. Lo fácil ya se hizo.
Hay que empezar por deshilvanar la tela de araña de las regulaciones que se han acumulado y superpuesto en el país. Si a eso se le suman iniciativas de reformas profundas: apertura comercial, mejoras de eficiencia en las empresas públicas y adecuación laboral, que se visualicen como creíbles por parte del sector privado, entonces estarán sentadas las bases para que la inversión retorne al país. Y de la mano de la inversión, volverá un crecimiento sustentable, más allá de las inversiones asociadas a la nueva planta de celulosa.
Aquellos con posibilidades de asumir la responsabilidad de tomar el timón del barco a partir del 1° de marzo saben bien que la situación es muy compleja. También saben que lo fácil ya lo hizo esta administración y que les tocará hacer lo más difícil. Todos tenemos que tener claro que bien vale la pena el esfuerzo.