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La voz del silencio

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Las respuestas que el dueño de Cosmo brindó al interrogatorio que le dirigió El País abonan la peor hipótesis: según él, la oferta de la ignota compañía española por los aviones de Pluna fue un fraude apalabrado entre el gobierno y un empresario criollo que trató de ocultarse, para obtener los Bombardier haciéndole la moña al pasivo… a partir de una ley votada de medida e inconstitucional por más señas.

Las respuestas que el dueño de Cosmo brindó al interrogatorio que le dirigió El País abonan la peor hipótesis: según él, la oferta de la ignota compañía española por los aviones de Pluna fue un fraude apalabrado entre el gobierno y un empresario criollo que trató de ocultarse, para obtener los Bombardier haciéndole la moña al pasivo… a partir de una ley votada de medida e inconstitucional por más señas.

Desde luego: la tonante declaración deberá pasar por el cernidor judicial antes de darla por definitivamente aclaratoria, y por eso no decimos que los dichos del involucrado confirmen la hipótesis sino que la abonan. Y realmente, la hacen porque la acreditan; y además porque le echan bastante más abono orgánico que el mucho que ya tenía el asunto.

El tema da para preguntarse entre estupor y asco: para armar a ojos vistas semejante tongo, ¿hasta qué punto los protagonistas se sintieron por encima de la ley y del sentido común? Más allá de la valoración jurídica y moral de la maniobra, dan ganas de preguntarse qué se creyeron y ganas de saber qué pasó por esas cabezas.

Pero la experiencia nos ha evidenciado que por mucho que se repasen las desgracias -tabulando los asesinatos o comparando las cifras de las pruebas PISA- y por mucho que se encuesten las opiniones y se reúnan los turistócratas del diagnóstico, repasar lo que se hizo sin gollete -llorar sobre leche derramada- no basta para diseñar la rectificación.

Analizar el mal no lleva automáticamente a construir el bien, porque abrazar ideales, definir conceptos y delinear estrategias no se logra con sólo condenar penalmente o sólo indignarse moralmente. El bien exige cruzar los datos de la realidad con la imaginación y hasta con la angustia por lo que vendrá. Y sobre todo, requiere lucha.

Por eso, aun más importante que el timo en que capotó Pluna es este llamado a la meditación que implica -e impone- el abrupto silencio pre electoral que ordena una ley que en general se obedece sin chistar: un silencio que grita que, por encima de los extremismos que nos han desgarrado, sigue alzándose el culto por el sufragio y sus seguridades.
Tras la profusión de carteles y la charanga audiovisual, este silencio viene a dejar espacio para la elaboración última de las decisiones e impedir que influyan los arrebatos de una noticia mal flechada.

Al acatar la ley que prohibe la publicidad en las 48 horas anteriores al día de los comicios, todos nos reconocemos en una norma que está mucho más allá de las preferencias, las pasiones, las expectativas y los intereses partidarios que puedan inspirar a cada uno. Todos frente a todos nos decimos que, por encima de los choques cívicos, preferimos el encuentro superior en la legalidad de las garantías electorales. Y todos junto a todos nos reconocemos en el espejo de esas garantías, que mucho costó ganar y mucho costó restablecer.

Y más allá de lo que atañe a la honradez electoral, en el silencio de hoy y mañana merecen retumbar los fundamentos últimos de nuestra Constitución. Según el texto de su art. 72, la personalidad humana viene primero y los artículos constitucionales llegan detrás.

Pues bien. El ser humano en que reposa nuestra Constitución no es el distraído que se alza de hombros y se entrega a la pereza mental. Es el hombre soñador y pensante de la Ilustración, capaz de dialogar en altura con su voz interior.

Del resultado de su meditación, pendemos todos.

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Leonardo Guzmán

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