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Volvió el señorío

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LEONARDO GUZMÁN
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Enseguida de asumir, el gobierno del Dr. Lacalle Pou abrió las líneas de gestión que había anunciado. La policía recupera su misión preventiva y su función ordenadora. La educación es llamada a impartir valores humanos.

Las tarifas no se aumentan mecánicamente y al barrer, como por 14 años hizo el equipo Astori, ni se congelan por capricho politiquero, como el mismo equipo terminó haciendo al irse por la puerta chica: se reflexionan y se resuelven racionalmente.

Desde la tarde del 1º de Marzo de 2020, esos temas generan el noticiero nacional. Los sentimos aún más que los riesgos del coronavirus y la disparada del dólar, porque teníamos el alma en llaga viva.

Detrás de este noble empuje inicial, sosteniéndolo y vivificándolo, alienta un factor que no se encuesta ni se cuantifica ni parece noticia: la recuperación del señorío.

Ante el asesinato en rapiña de la señora policía Daniela Da Silva, de solo 31 años, el gobierno no guardó el ominoso silencio que ante estas tragedias acostumbraban los ex Vázquez y Bonomi. Tampoco se lavó las manos argumentando que la infortunada agente fue baleada fuera de sus funciones. Todo lo contrario: el Presidente Lacalle y el Ministro Larrañaga acompañaron a los deudos en el velatorio. Mostraron que estas atrocidades les duelen por dentro. Con ello, recuperaron para todos el hilo conductor que debe unir el valor de la persona con el respeto que merecen aquellos que no tienen pausa porque abrazan profesiones que custodian al prójimo las 24 horas. Reflejaron el sentimiento de la ciudadanía, que alza su ambición normativa de garantías como respuesta al tendal de crímenes que la azotaron en los últimos lustros.

En los mismos días, el Presidente Lacalle fue un jinete más -par entre pares- en la Patria Gaucha. Ventiló el poder, en vez de encerrarse en el aire viciado de los plenarios o aislarse a pescar.

A su vez, la Vicepresidenta Argimón acudió como una más a la manifestación feminista del 8 de marzo, igual que lo hacía cuando estaba en el llano absoluto. Habiendo sido cuestionada, tuvo la franqueza de negar la ideología de género e inscribió sus múltiples iniciativas en la materia, dentro de la tradición nacional que siempre situó al feminismo por encima de los partidos.

La lista es más larga y aquí no cabe. Es lógico: el señorío no es un gesto de excepción. Es un estilo y una inspiración: una “dignidad de señor” -valga el Diccionario de la Lengua- que impone “gravedad y mesura en las acciones” y que “sujetando las pasiones a la razón”, genera “dominio y libertad en el obrar”.

Por años, la prédica dominante buscó olvidar que los valores nos llaman a dominar nuestra circunstancia. Con ello, el país se fue entregando a un acantonamiento medieval de intereses y un darwinismo descarado, para el cual es cínicamente natural que el hombre sea lobo del hombre.

Haber perdido el señorío nos empujó a la decadencia cultural y personal en que nos sumimos, induciendo resignaciones a título de supuesto izquierdismo, mientras crujía todo el edificio entero del Derecho y la República y se acuñaba como moneda corriente el trato “vecino, vecina” en vez de señor, señora.

Si nos damos cuenta de la diferencia, sentiremos que cultivar el señorío no es solo misión de los gobernantes, cuyo nuevo elenco ha vuelto a cumplirla.

Es tarea para todos y en todo.

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