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Volver a pactar

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Leonardo Guzmán
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El Dr. Julio M. Sanguinetti ha vuelto a la liza con la lucidez y la energía de su vida entera. Lo rodea lo mejor de quienes integraron sus dos gobiernos y el de Jorge Batlle, encabezados por Luis Hierro, quien fue ejemplar como Ministro del Interior y como Vicepresidente de la República.

Por cierto, al movilizarnos desde un reducto minoritario, quienes integramos esa grey de Batllistas, sabemos y sentimos que sus líderes hacen una patriada donde las nominaciones han de valer sacrificio. ¡Vaya si es amargo remontar una caída, habiendo sido el Partido Colorado constructor mayoritario a lo largo del siglo XX y habiendo asumido con éxito, al comenzar el siglo XXI, la responsabilidad de entregar el gobierno con el país saneado y en marcha, apenas dos años después de la peor crisis de su historia económica! ¡Y todo ello manejado por una pléyade de gestores públicos de la talla de Atchugarry y Alfie, que al terminar su gestión regresaron a casa a ganarse la vida, sin que tuviera que indagarlos una Comisión Investigadora ni la Justicia penal!

Ahora bien. La libertad no consiste en acompañar callados y obedientes los carromatos de las mayorías —siempre transitorias. La libertad consiste en pensar por cuenta propia. Y eso, que es lo que hoy más extrañamos del Uruguay orgulloso de otrora, asoma en iniciativas de ese grupo, como las lanzadas por Hierro y Guillermo Maciel —ambos con experiencia personal en el tema— para que en materia de seguridad, el Estado y el Ministerio del Interior recuperen la autoridad perdida.

O la propuesta del Dr. Sanguinetti de que los partidos opositores acuerden ahora grandes líneas de gestión, por convicciones compartidas y sin tironeos poselectorales. No es imposible, porque en línea similar ya se ha pronunciado el Dr. Lacalle Pou; y en diversas formas, son muchas las voces que buscan un acuerdo programático de las fuerzas que no quieren que suframos más de lo mismo.

Si tal se logra, se estará dando respuesta directa y sana a las angustias que nos asedian. Se le estará diciendo a la ciudadanía que las desgracias no son datos ineluctables impuestos por el devenir socioeconómico sino realidades ante las cuales, por más difíciles que parezcan, es un deber responder afirmando valores compartidos por más de una colectividad, de modo que la vida pública se haga cada vez más racional haciéndose razonable.

Se trata de acordar, convenir, pactar. Sí, volver a pactar, sin miedo a la palabra porque en la historia político-partidaria se ha pactado muchas veces para bien: para sacar adelante la Constitución de 1918, para recuperar la democracia en 1942, para dar gobernabilidad en tiempos de Amézaga, de Luis Batlle, del Poder Ejecutivo colegiado, de Sanguinetti y de Batlle.

Hoy necesitamos, sí, un pacto definido por ideales y destinado a alcanzar metas concretas si la oposición derrota al continuismo y debe administrar un Uruguay moralmente postrado.

Pero más aún precisamos volver a pactar —todos— el respeto recíproco y los valores humanistas en que debe asentarse la democracia.

Porque lo que ha crujido y se nos ha despeñado en estos 15 años es el concepto mismo de la persona: la Constitución lo declara anterior a su letra, pero en los hechos está siendo atropellado a cada rato y en cada esquina.

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