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Otra vez el prójimo

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LEONARDO GUZMÁN
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Uno no está acostumbrado a sentirse a sí mismo como un peligro mortal para sus semejantes, ni a sospecharlo en ellos. Tampoco está habituado a decisiones administrativas que lo distancian y aíslan.

En el Uruguay aprendimos mucho de las atrocidades del crimen organizado, de la indiferencia pétrea de un elenco exgobernante y del disparatario internacional que atruena al mundo con títulos catástrofe, pero no estábamos preparados para que un miserable virus entrase por el Aeropuerto, atropellara a nuestras divergencias y nos encerrase juntos en prisión domiciliaria sin plazos a la vista.

El Covid 19 vino a confirmar en los laboratorios del siglo XXI que -igual que antes en la selva de la prehistoria y mucho antes en el milagro de la mitosis de la primera ameba- las mutaciones de la vida siguen siendo prodigios emanados de poderes que jamás el hombre dominará del todo.

Por lo que se ha dicho, la epidemia ya está dominada en la China que la originó, vaya uno a saber si por descuidos, culpas o intenciones. Pero en Europa, Asia y América, seguimos viviéndola como una pandemia que no nos da tregua.

Pandemia es un vocablo médico, cuya raíz griega -“pan” = todo, “demos” = pueblo- debería llamarnos no solo al susto y la obediencia, sino también a reflexionar sobre su parentesco con el Derecho y la democracia, es decir, con la persona. Que de eso se trata. Hemos sido devueltos a los territorios de ignorancia básica en los cuales se irguió el primer homínido. Impresiona la facilidad con que, por miedo, el uruguayo de hoy obedece las prohibiciones que lo sujetan. Para no ir y no hacer, pone mucho más militancia que para el esfuerzo, las metas altas y la idealidad.

Pero replegados en la intimidad, la soledad nos interpela. Nos llama a sentir cuánta desorientación y hojarasca nos cruzan a diario y nos impele a buscar humus, esencia, semilla. Nos invita a alzarnos contra las grandes miserias humanas que rondan los ranchos, las casas y los rascacielos con mucho más igualdad que lo que se cree. Si emprendemos ese esfuerzo, recompondremos el encuentro con el prójimo, sin grietas ni zanjas ni colectivos divisionistas. Y volveremos a cimentar los saberes que nos hacen falta, tanto en ciencias especializadas como en sentido común.

En ciencias, este colapso mundial nos impone la responsabilidad de redoblar el impulso a la investigación científica propia, como inspiraron Boerger, Clemente Estable, Vaz Ferreira y tantos. En esa línea, el test viral que celebramos en estas horas, acuñado por la Universidad de la República con el Instituto Pasteur, es fruto de que en 2003 Jorge Batlle, visionario, logró que Francia radicara al costado de la Facultad de Ciencias las sumas con que el Uruguay le cancelaba su deuda.

En sentido común también estamos en deuda. Hagámosla igualmente fecunda. Tras un siglo en que lo mecánico avanzó sobre lo viviente, un simple virus nos rebana la vida y nos recuerda que venimos de espesuras inextricables. Capitalicemos la desgracia. Por unos días, aceptemos instalar desiertos en nuestras ciudades y pueblos, pero no en nosotros. Ni el correo ni el trabajo a distancia reemplazarán nunca a la mirada, el apretón de manos, el beso o la discusión. Eso sí: puesto que no somos solo una funcionalidad, no desertemos de lo mucho humano que dejamos en suspenso al dejarnos limitar la libertad.

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