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Utopía y Navidad

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Sobre la sede central del Frente Amplio, un gran cartel asegura que allí se está “cultivando la utopía”.

Sobre la sede central del Frente Amplio, un gran cartel asegura que allí se está “cultivando la utopía”.

Desde que en la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) cayó el “socialismo real”, la parte dogmática de la izquierda se acurrucó en la utopía.

Como se sabe, fue Tomás Moro quien, hace cinco siglos, acuñó el vocablo para designar una isla imaginaria que era perfecta pero no existía en “ningún lugar”. Utopía viene del griego, “u”, no, y “topos”, lugar. Con los años, la palabra tuvo suerte y se incorporó al lenguaje común. La Academia la define como “Plan, proyecto, doctrina o sistema deseable que parece de muy difícil realización” o “Representación imaginativa de una sociedad futura…”. En la calle el concepto tiene menos prestigio: una utopía es un imposible; y un utópico es un soñador, un lunático o un “piantao”.

Esto de que cuando lo agrietan las denuncias y lo cunden la inseguridad y la basura, cuando no levanta la educación y no honra sentencias que le mandan pagar retroactividades, un partido que lleva 12 años gobernando el país y 26 Montevideo, ¡convoque a cultivar la utopía! daría para toda clase de chistes, alegatos y condenas. Tentados estaríamos de consagrar la columna entera a pasar lista a las decadencias y los miasmas de los que huyen estos ciudadanos que, teniendo el mando, buscan refugio en la utopía.

Pero por mucho que nos duela la actual coyuntura, levantemos vuelo. Advertiremos que el asunto no es circunstancial sino de fondo. Véase. En 1880 -32 años después del Manifiesto Comunista-, Engels escribió una célebre síntesis del marxismo donde la emprendía contra el romanticismo idealista de los grandes socialistas soñadores -Saint-Simon, Fourier, Owen-, y proclamaba la superioridad del materialismo histórico. En el título contrapuso radicalmente: “Socialismo utópico y socialismo científico”.

La vanidosa pretensión “científica” sucumbió hace décadas. Y así como un día los militantes tuvieron que reconocer los crímenes de Stalin, hoy deben reconocer que la utopía renace como lo que es: ambición del ser humano por traspasarse, ilusión de un mundo fraterno, fe en el mañana, ánimo de liberación que se eleva sobre los fanatismos, las cenizas humeantes de Alepo, las hambrunas y las masacres de anteayer en Madrid, ayer en París y en estas horas en Berlín.

Ningún pueblo sale adelante si agacha la cabeza resignándose ante las realidades. No podemos ignorarlo en el Uruguay, que desde hace más de un siglo ha sido un laboratorio político y que ha hecho experiencia concreta con lo más alto del sentimiento republicano, con la transgresión institucional y la dictadura y con la degradación de los valores y el populismo chirle.

No reprochemos esta conversión que asoma.

Démosle la bienvenida a cada conciudadano que abandona el “realismo” materialista -crudo y concreto, pero miope- y redescubre que la única revolución deseable radica en la apuesta a las realidades jamás vividas y a los ideales de justicia y libertad nunca del todo realizados, pero siempre diamantes desde las bases greco-judeo-cristianas.

Es que, más allá de diferencias, esas bases inspiran los valores laicos y religiosos que deberían exigirnos que todo el año fuera de Navidad y esperanza.

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Leonardo Guzmán

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