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Transfusión de espíritu

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LEONARDO GUZMÁN
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En el auditorio Mauricio Gajer del Pereira Rossell, se presentó “Medicina Transfusional Pediátrica”, libro en que el Dr. Felipe Lemos García coordinó el trabajo de una treintena de coautores, publicado por Editorial Cuadrado con el auspicio de ASSE, el Hospital y la Facultad de Medicina.

Es una obra técnica, escrita por cultores de una subespecialidad médica. Esta clase de esfuerzos hoy quedan encapsulados. Los conocen los médicos y a lo sumo los directamente interesados: en el caso, la Fundación Douglas Piquinela, consagrada a los niños hemofílicos.

De esto, la opinión pública no se entera. En una atmósfera preocupada pero distraída, las siembras profesionales parecen ajenas y ya no suscitan curiosidad ni admiración. Un materialismo miope ha hecho olvidar que, en su origen, Universidad significaba vocación por verterse a comprender, unificando. Por tanto, lo universitario no puede desembocar en encerrarse en un reducto especializado para saber cada vez más de cada vez menos.

Así lo sintió nuestro país, cuando inscribió nombres universales de todas las disciplinas en las almenas del Instituto Alfredo Vásquez Acevedo y cuando le imprimió base humanista al liceo preuniversitario. A la vista de los males en que caímos por abandonar esas tradiciones, es tiempo de sobrepasarnos, alzarnos por encima de lo que no sabemos y poner en valor la investigación científica que sigue honrando a nuestra comarca.

A la ciencia debemos ir no solo para pedirle apoyos extraordinarios para suspender la normalidad ante una pandemia sino para algo más alto y permanente: rescatar la actitud crítica en todas las disciplinas, para no repetir opiniones por formulario e infundir pasión por enriquecer con reflexiones nuevas el torrente común.

Abrazar una disciplina no es darse por cumplido con lo que dice el paradigma, repitiendo lo que hasta ahora se dio por sabido, sin angustiarse en las fronteras de la impotencia. Es sentir el llamado a estudiar lo más posible y a pensar siempre. En el trabajo introductorio, dicen muy bien los Dres. Felipe Lemos, Beatriz Boggia y Jorge Decaro: “La educación médica curricular de grado y posgrado, no garantiza la competencia en forma indefinida”. Tienen razón. Y no solo en medicina. En Derecho también. Y en todo: porque pensar -aprender y crear- es el primer deber de la conciencia.

En muchas áreas hoy se entrena en obedecer y sujetarse. La persona es atacada por fuerzas que no provienen solo del Estado y no se llaman “dictadura”. Ante ese atropello de lo mecánico contra lo viviente, plantear preguntas propias y construir respuestas nuevas es cumplir una misión liberadora, de orden público.

Trabajos como este que glosamos nos recuerdan que el saber y la experiencia se construyen como un ir y venir constante entre la situación concreta y el pensamiento abstracto. La clínica pediátrica de trastornos hemáticos es un ejemplo muy expresivo, pues obliga a cultivar la cercanía médico-paciente, al avanzar por actos de docencia para niños y padres, con los cuales enseñando aprenden todos.

Para vivir en la jungla mundial de hoy, no sirve discutir hacer huelgas porque el presupuesto es corto ni llevar el recuento de imputados en la Operación Océano.

Para salvar al país, nos hace falta enaltecer las células nobles que al mal le responden con bien.

Nos hace falta una transfusión de espíritu, para volver a divisar grandezas y luchar por ellas.

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