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Por el bien de todos

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Leonardo Guzmán
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Bajo el título "Tú, el responsable", el Dr. Luis A. Lacalle de Herrera dirigió a nuestras conciencias una vibrante convocatoria a que todos participemos de la vida política, evitando que siga vaciándose de contenido nuestro sistema de partidos, el más antiguo del mundo como bien recuerda la nota.

Tras reseñar las etapas iniciadas hace más de 180 años —primero las golillas tradicionales, después el Socialismo, el Comunismo, la Unión Cívica, la Democracia Cristiana y el Frente Amplio, hasta llegar al Partido de la Gente y Unidad Popular—, se pregunta si realmente vivimos en "plena prueba de salud democrática y de esperanza republicana" o si sobrellevamos una "institucionalidad quinquenal, instrumental del sufragio y poco más".

Por nuestra parte confirmamos la amarga realidad que denuncia la interrogante formulada con filo, contrafilo y punta. En verdad, no tenemos una democracia en salud, andamos cojitrancos de esperanza y mochos de espíritu republicano. La ciudadanía participa poco y nada en la vida de los partidos, lo cual se patentiza en la deserción que restringe las elecciones internas.

Sí: el ciudadano vota cada cinco años cuando le es obligatorio. Y después, queda fuera de la gestión pública, mascullando bronca frente al televisor mientras se convierte en espectador de su propia desgracia, a gatas desahogándose en ruedas de amigos donde NI se decide NI se lucha.

La democracia se nos ha reducido a un código de procedimientos para elegir por mayoría a quienes hayan de gobernarnos desde cúpulas no representativas.

Y es cierto que los partidos se han vaciado de militancia callejera, de pensar creativo y de contralor sobre los encaramados en el poder. ¡Vaya si lo sabrá el ciudadano de a pie, inerme frente a las fantasmadas con que se defendió a Sendic con lo "políticamente correcto" hasta más allá de la náusea!

Pero lo vaciado no son solo los partidos sino el diálogo todo. La opinión pública tiene acotada su temática a unas pocas avenidas que se recorren a diario, juntando explicaciones de lo que va pasando en materia de economía, seguridad, educación y candidaturas. Y a fuerza de acumular tales explicaciones, se termina por justificar cualquier cosa, merced a las visiones deterministas implícitas en —o inducidas por— los enfoques materialistas que, con distinto signo, niegan el valor de los principios, de las convicciones, de la prédica y de la inspiración.

Se nos ha eclipsado el diálogo. Y como diálogo es logos de dos y como el logos es, a su vez, el Verbo y el discurrir, lo que tenemos eclipsado por dentro es nuestro "nosotros mismos". Disueltos en un "ello" impersonal, cruje el Derecho, se promedia hacia abajo y se llama a aplaudir como abanderado al más vivo y entrador… y no al mejor alumno.

El Uruguay de los 50 con sus arrestos mundialistas —y aun el de los 60 y 70 con la guerrilla asesinando y con las instituciones contra las cuerdas hasta que se quebraron en dictadura— era una Universidad del civismo. Y ello, no solo porque los partidos funcionaban sino porque había talentos orientadores en el Parlamento, cuyo gran mérito era defender valores y proclamar ideales.

Y bien ¡todo eso nos falta para que la República cultive la virtud ciudadana que le reclamaba Montesquieu y que soñaron los Herrera de mi interlocutor y los Batlle de mi alma!

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