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Tareas por la libertad

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El 1º de marzo de 1985 el Uruguay dio por definitivamente reconquistada la libertad y recuperada la legitimidad institucional. Lo celebramos por unanimidad en el más estricto sentido de la palabra: las ánimas -almas- se unificaron en la alegría y las esperanzas del regreso a la vida republicana.

El 1º de marzo de 1985 el Uruguay dio por definitivamente reconquistada la libertad y recuperada la legitimidad institucional. Lo celebramos por unanimidad en el más estricto sentido de la palabra: las ánimas -almas- se unificaron en la alegría y las esperanzas del regreso a la vida republicana.

Abrir los cerrojos que había instaurado la dictadura pareció restituirnos las garantías de una vez y para siempre. La grandeza del momento histórico se nos cruzó por dentro con el alivio de una misión cumplida. El 9 de noviembre de 1989, una avalancha ciudadana demolió el Muro de Berlín, cuyos 45 kilómetros construidos de apuro en 1961 impedían férreamente la circulación entre las dos Alemanias, dividiendo familias y sellando destinos a título de “protección antifascista”. La caída del Muro terminó de voltearle al comunismo los pretextos de “eficacia” y “voluntad popular” con que edulcoraba el relato justificador de las brutalidades e insensateces que cometía. El fin de la guerra fría pareció la concordancia final y la promesa de una paz tan cierta e inmóvil que hasta hubo quienes hablaron de “el fin de la historia”.

Pero tanto, en la vida doméstica como en la escena mundial los hechos hoy rompen los ojos: la persona humana como meta y la libertad co-mo ideal de convivencia están constantemente bajo riesgo, amenaza y agresión. Las desgracias se miden en los números siderales de las grandes guerras, como la de Siria, en las decenas de degollatinas yihadistas o en los guarismos de una cifra de vendettas minoristas, como las de nuestras barriadas; en las hambrunas del África, con miles de muertos en el Mediterráneo, o en la miseria de la violencia doméstica y las pensiones incumplidas acá; en la caída vertical de la educación en un mundo que paga cada vez más el conocimiento y en la desilusión que los partidos políticos del Uruguay y del planeta siembran a manos llenas entre sus acólitos.

Este cuadro no se arregla preguntándonos quiénes van a disputar la próxima Presidencia y arrimándose por las dudas. Tampoco se arregla encuestando muestras de opinión pública relevadas en un contexto sin polémicas de fondo, donde los consensos se buscan a espaldas de la ciudadanía. Ningún parche político puede sustituir la participación republicana efectiva.

Entonces, es obvio que para re-cimentar el proyecto humanista de un Uruguay con personas libres que piensen por sí mismas y participen con voz propia, hace falta que emprendamos nuevas tareas.

Hemos vivido una larga temporada de libertad distraída. Hay organizaciones enteras que se dedican a embotar y aturdir, haciendo creer que los principios, las ideas abstractas y las matrices teóricas son cargas innecesarias. Tales industrias de la superficialidad generan una marea roja, que nos trae a la arena peces muertos que resultan venenosos, por condimentados que se presenten. Con menos del 0,5/000 -medio por mil- de los 7.000 millones de habitantes de la Tierra, para erguir nuestros escasos 3 millones y medio no deberíamos perder el potencial de nadie. Pero la amarga realidad es que vivimos muy por debajo de lo que debemos ser, por la debilidad de los cimientos, la pérdida de profundidad, la falta de metas altas, la ausencia de voluntad de lucha y la pereza del “no te metás”.

Ese no es el Uruguay que queremos nosotros y que necesita el mundo descoyuntado de hoy.

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Leonardo Guzmán

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