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De tabaco y Piero Gamba

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El triunfo sobre Philip Morris merece mucho más que un suspiro de alivio y un opaco anuncio de que los US$ 7 millones a recuperar por costos van a consolar a jubilados cacheteados por los doscientos pesos de aumento.

El triunfo sobre Philip Morris merece mucho más que un suspiro de alivio y un opaco anuncio de que los US$ 7 millones a recuperar por costos van a consolar a jubilados cacheteados por los doscientos pesos de aumento.

Más allá de los excesos en que incurrió la batalla contra el tabaco al limitar la libertad por decreto y no por ley, y al imponer cajillas agresivas, lo cierto es que hoy arrinconamos el vicio y garantizamos aire puro, aunque muchas veredas hiedan a cigarro y pucho.

El éxito jurídico de lo realizado debe unirnos en profundidad. Pero no como hinchas ensoberbecidos sino como ciudadanos llamados a reflexionar. ¡Cuánto puede lograrse si se afirma un principio y, con razones, se lo defiende hasta sus últimas consecuencias! ¡Qué país, si quisiéramos!

El médico Tabaré Vázquez llegó al gobierno con una certeza adquirida al costado clínico de sus pacientes. No sólo dedujo: reflexionó. Y ante la “evidencia científica que prueba que fumar causa adicción y provoca cáncer de pulmón, enfisema pulmonar, insuficiencia cardíaca y accidentes cerebro-vasculares, y ha matado a más personas que las que murieron en los conflictos bélicos del siglo XX”, convirtió su convicción en imperativo ético que puso en lucha desde el Derecho. Como bien recordó en su mensaje del viernes, “no es admisible priorizar los aspectos comerciales” por encima de “la vida y la salud”.

Ese es el Uruguay que extrañamos. Se nos quedó atrás cuando casi todos los candidatos -en todos los partidos- en vez de aportar ideales amasados en su propia alma, pasaron a guiarse por dateros de encuestas y constructores de imagen; y en vez de polemizar en la calle por iniciativas, se habituaron a hacer anuncios “flash” en almuerzos de comedidos.

En ese camino, nos atropelló el relativismo de “como te digo una cosa te digo la otra” junto a la profanación constitucional de “la política está por encima del Derecho”.

Consecuencia: el doctor Tabaré Vázquez, que aguantó a Philip Morris mundial, no puede en el barrio con los mismos que volvieron a ungirlo. Lo cual nos grita -a todos- que no basta seguir esperando respuestas de las pulseadas de intereses y el tarot electoral. Tenemos que realzar nuestra conciencia, reconstruyendo las fuerzas de idealidad que cultivan las rebeldías del arte y el espíritu, fuente nutricia del Estado de Derecho culto.

Un ejemplo. En los años 50, el niño Piero Gamba vino a dirigir a los músicos de la Ossodre en el teatro Artigas -Colonia y Andes. Lo aplaudió un Uruguay orgulloso. Había suprimido la presidencia en un continente azotado por dictaduras. Reunía a los adversarios en el Sorocabana. Formaba convencidos respetuosos. Asilaba a desterrados ilustres e ignotos. Suiza de América, nos prometíamos felicidad invulnerable.

Pagamos caro olvidar que el Derecho y la libertad existen sólo en la lucha y por la lucha. El orgullo se nos transformó en pereza. Y hasta hoy estamos peleándonos por tesis importadas desde el colonialismo mental que nos sepultó el pensar propio.

Pues bien. En la misma semana en que recibimos un destello muy fuerte del Uruguay que deberíamos ser, tendremos esta noche el regocijo de oír al Maestro Gamba, con 80 años, dirigiendo la Séptima Sinfonía, estrenada por Beethoven en 1813, tras una década de sordera.

¡Y qué país tendríamos si, aun sordos, buscáremos armonías!

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Leonardo Guzmán

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