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Semana de Adentro

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leonardo guzmán
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El Uruguay vivió su primera Semana de Turismo en 1920. Tras arduas polémicas ultramontanas, el nombre se institucionalizó como una victoria laica. 

Como sabemos, sustituyó a la Semana Santa, con cuya fecha gregoriana se superpuso como “sexta semana siguiente a la de Carnaval”, según estableció la ley 6997.

Aparcado en nuestro almanaque como el mayor feriado del año y acaso del mundo, Turismo creció de una Semana a 11 o 15 días feriados, se juntó con las licencias y cobijó el ensanche de la industria viajera, que pasó de la excursión con fogones y guitarras al camping, las Termas, el Chuy, Disney y Punta Cana. Con todo lo cual, el turismo le fue ganando espacio al olivo, el rito y el culto. Casi sin sentir, amainó el bacalao noruego, nos retrocedieron los huevos de Pascua y se convirtió en noticia el recuento público de los peajes y los pasajeros de Tres Cruces.

Pero en este 2020, por la agresión del COVID-19 los pueblos más civilizados atraviesan marzo y abril aterrados al ver que sobre el trabajo, los mercados y la vida se cierne una cadena mundial de clausuras. El Secretario General de la ONU declara hallarse ante el mayor desafío de la Organización Mundial de Paz en sus 75 años.

Nuestro pacto callejero de fiesta viajera con libertad religiosa nos capotó entero. Ni viajes ni misas ni Via Crucis. Ni gente en las plazas. Constreñidos a no salir, esta Semana de Turismo se nos convirtió en Semana de Adentro. Y por adentro nos corren las verdades de todos, con que hemos quedado aislados… de a uno.

Para empezar: los hechos vuelven a evidenciar al mundo entero el fracaso de la ilusión de la ciencia continua y sin límites que inspiró el lema de Augusto Comte -“Ciencia, de ahí previsión; previsión, de ahí acción”- cuyo positivismo estuvo en la base materialista y antimetafísica de buena parte del pensamiento nacional.

Para seguir: la suspensión de casi todo termina interpelándonos no solo sobre cómo acatamos el confinamiento, cómo nos lavamos las manos y cómo estamos en el ranking internacional de víctimas. Nos interpela, sobre todo, nuestros sentimientos más profundos en medio de una calamidad mundial que compartimos con el abrupto cambio de vida que vacía a nuestras ciudades igual que a Madrid, Milán o Nueva York.

Recomendado con sólidas razones el distanciamiento de todos con todos, sigamos acatando. Con el entusiasmo de un pueblo en lucha por su vida y su salud, pero también con la conciencia de que estamos sacrificando afectos, modos de ser y libertad.

Puesto que hemos rechazado reiteradamente convertirnos en la sociedad-colmena que soñó Maeterlinck, celebremos que el gobierno de Lacalle Pou no impuso la cuarentena obligatoria que le recetó el expresidente Vázquez, ni aprovechó la volada para encajarnos en radio y televisión cadenas macarrónicas como las que nos infligía el gobierno ido.

Regocijémonos. Pero no dejemos de sentir cuánto de nuestro modo de vida entregamos en estas semanas para servir el bien común y el interés general. ¿Acaso no es enorme la diferencia entre un diálogo derecho con compromiso de la persona entera y un encuentro virtual de solo imágenes? ¿Acaso no es humanamente sano dolernos por sentir invadidas y prohibidas la intimidad y la espontaneidad de los abrazos?

Cumplamos, sí, mas siempre vigilando lo que queremos ser como personas y como pueblo, de modo que -hayamos votado lo que fuere- todos sintamos el orgullo de saber que no se dirige al Uruguay la advertencia de la ONU de que la pandemia se está usando para imponer “poderes ilimitados que seguirán en vigor mucho después del final de esta emergencia”. Pero no nos quedemos clavados en ese orgullo. Recordemos que otrora lo tuvimos, y se nos convirtió en la vanidad de creer que ciertas desgracias no eran para nosotros, lo cual fue un engaño que pagamos carísimo.

Conmovámonos, pues, con la luz y la trasparencia del entorno nacional que estamos construyendo ante la adversidad, bajo un gobierno recién advenido que llama a la virtud ciudadana y al diálogo.

Todo indica que el mundo experimentará grandes cambios. Las brutalidades vividas en estas décadas muestran cada vez más absurdo el relativismo y renuevan la sed de principios aristotélico-tomistas, al mismo tiempo que se abre camino un vitalismo transformista a lo Teilhard de Chardin y autogenerado -autopoiético- a lo Maturana.

En ese mundo impredecible, el Uruguay deberá usar la única arma que le dio gloria en el pasado y ha de asegurarle el porvenir: pensar, con profundidad y con garra. Para ello, muchas veces ha sabido construir puentes entre adversarios y, en rutas de Rodó y Vaz Ferreira, ha unido el espíritu para dialogar con el Misterio antes y más allá de las militancias de ideario y de fe.

Al salir a escena por última vez en “Candilejas”, Charles Chaplin alza la mirada al Cielo e implora “Donde quiera que estés, como quiera te llames, ¡ayúdame!”.

Desde el Adentro de esta Semana única de esta nación irrepetible, así sea.

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