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La sed que nos agobia

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La Gramática de la Real Academia Española mantiene que palabras como caos, hambre y sed son esencialmente singulares, pero ahora admite que “no existen razones… que les impidan aparecer en plural si el contexto lo permite”. ¡Sabios los señores académicos! ¡Descubrieron que al hombre de este siglo XXI -el eterno “tipo” de nuestro Wimpi- la desgracia y la privación no iba a llegarle en bloque único, sino graneada desde todos los frentes!

La Gramática de la Real Academia Española mantiene que palabras como caos, hambre y sed son esencialmente singulares, pero ahora admite que “no existen razones… que les impidan aparecer en plural si el contexto lo permite”. ¡Sabios los señores académicos! ¡Descubrieron que al hombre de este siglo XXI -el eterno “tipo” de nuestro Wimpi- la desgracia y la privación no iba a llegarle en bloque único, sino graneada desde todos los frentes!

Amargamente, es así: basta abrir el diario o encender la televisión para sentir que atravesamos un bosque de caos superpuestos, que intercambian fronteras las hambres físicas y morales y que, en multitud, nos abrasan las sedes del alma clamando por racionalidad, comprensión, paz, justicia… Derecho!

Mientras un desaforado Trump propone brutalidades al electorado estadounidense, los húngaros alambran sus fronteras y les tiran gases lacrimógenos a los sirios desesperados que intentan inmigrar, mientras Europa no logra definir actitudes recias ante los africanos que, huyendo de la miseria, suben a barcazas ruines que a las pocas horas se hunden y los ahogan en el Mediterráneo.

Gloriosamente conectado en red, el mundo tecnológico viene pactando con las guerras de religión que vuelven a afrentar a la humanidad. Acepta sus consecuencias. Alza los hombros con un “qué-va-chaché” discepoliano. En los grandes mercados, una progresiva insensibilización internacional hace que la decapitación de rehenes y las mortandades bélicas de gobiernos, etnias y bandas de Oriente Medio y África -también de México-no sean ya noticia. Ante la indiferencia del mundo, se esparce la convicción de que la vida humana no vale nada.

Nuestra experiencia latinoamericana -formación de una cultura coherente donde conviven religiones y razas, lecciones de libertad aprendidas en guerras fratricidas y dictaduras sangrientas- ¡debería constituirse en modelo y crisol para el estado actual del hemisferio norte! ¡Deberíamos hablar fuerte y duro en los foros mundiales! Pero no. Quedamos a los tumbos y a la zaga por aplaudir -lívidos de admiración- a un Maduro que encarcela por más de 13 años a su principal opositor, a una Rousseff embadurnada por los negociados de Petrobras y a una Kirchner cuyas huestes ganan en Tucumán con un fraude electoral que obliga a anular los comicios, mientras avanzan las indagaciones sobre su fortuna y sigue sin saberse cómo fue muerto Nisman.

Y en ese contexto, el Uruguay falta a la cita mundial con los valores que supo cultivar, y, encarcelando en 2015 por hechos de 1970, se distrae de todos los derechos atropellados hoy y de todos los bienes que exigen reconstruirse desde las bases.

Porque todo eso es demasiado, aquí y en el mundo hay quienes prefieren no pensar y quienes optan por callarse: unos y otros paralizan sus sentimientos y contribuyen a la derrota del pensamiento, que con clarividencia anunció Alain Finkielkraut hace un cuarto de siglo.

Pero si no queremos caer abajo en la escala zoológica, nuestro primer mandato es sentir y discurrir sobre eso que sentimos. No tenemos otra opción digna para el proyecto republicano inscrito en la Constitución y en el alma.

Por eso nos atropellan, indomables, la sed de sentimientos, la sed de equilibrio, la sed de justicia y la sed de reencuentro con el prójimo y nosotros mismos. Sedes que se unifican en la sed de ser personas, a pesar de todo. 

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Leonardo Guzmán

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