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El reino de la Naturaleza

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LEONARDO GUZMÁN
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La Semana Santa de 2021 encuentra confinado al catolicismo: con la Plaza de San Pedro desierta, el Papa Francisco bendice urbi et orbi desde su refugio ante la pandemia. 

Nuestra Semana de Turismo será de entrecasa, sin teatros ni Criolla ni Vuelta Ciclista. La antecede un cierre absoluto de colegios y oficinas. Va a seguirla un calendario impredecible.

Sea una mutación espontánea o una invención de laboratorio, lo cierto es que el Covid-19 confirma que la Naturaleza tiene leyes inexorables lo mismo para la ciencia que para la fe. En esas leyes se estrellan en estos días las mejores ilusiones de los países mayores. El virus ha obligado a ir y venir a Trump, Biden, Macron y Bolsonaro. Suenan todopoderosos, pero en esto han chamboneado juntos. Hasta Merkel tuvo que retroceder y disculparse.

Inserto en una ola mundial arrolladora, nuestro cuadro ya no da para felicitarnos. No nos habilitan ni los contagios ni las muertes ni sus efectos sobre el alma individual y colectiva. Da para sentir orgullo por lo que hicimos muy bien hasta hace cuatro semanas. Da también para confortarnos por tener en el Dr. Luis Lacalle Pou a un señor Presidente que gobierna sin eludir preguntas, sin esconderse en rincones ignotos y sin refocilarse en palabrotas; y que, forcejeando con un enemigo ubicuo, nos lleva al mejor destino posible.

Eso sí: estamos ante los límites de la fe, el Estado, la ciencia y la economía, que han sido sucesivamente factores de ensueños de poder y temas para la idolatría. Estamos ante algo que es anterior a todas esas fuentes de confianza e ilusión. A pesar de que maneja una tecnología de milagro, la criatura de hoy choca al tanteo con las fatalidades primarias del reino de la Naturaleza. Revive el asombro del homínido que empezó a erguir su sentir y su pensar hasta constituirse en semilla de intrepidez moral e intelectual frente a todo, muerte incluida.

Una funcionalidad de corto vuelo, un relativismo debilitante y un olvido irresponsable del humanismo -no literatura clásica, no ópera, no sinfonismo- han formado grandes bolsones de ciudadanos sin conciencia ni de drama ni de tragedia y sin doctrina sobre el hombre. ¡Y es en esas fronteras escarpadas que estamos cabalgando sobre un potro que nadie domina!

Igualados los pueblos por el azote común, ya no podemos esperar que otros inventen una cartilla de instrucciones frente al Covid, el desánimo, el desempleo y la quiebra de la economía. Puesto que -otra vez Artigas- nada podemos esperar sino de nosotros mismos, estamos obligados a ascender por reflexión y acción. Que el Estado nos discipline es condición necesaria pero no suficiente. Además, hace falta vocación por fines altos, fraternalmente idealizados y convertidos en fuerza.

No es cosa de dar por permanentes los sacrificios de esta coyuntura transitoria. No es cuestión de que la libertad y los derechos queden sepultados por protocolos y apps impenetrables. No es asunto de resignarnos al aislamiento, el abandono y el miedo, factores que impelen a no pensar. Al revés: es cuestión de salvar cada uno su puesto de lucha, irguiendo el espíritu por encima de las internaciones, los duelos y los estrechamientos de estas horas largas pero pasajeras.

Por eso, ya sea que en esta Semana miremos al Cielo o a la Tierra, sepamos que para salir enteros y mejores debemos buscar la resurrección del ánimo y el ánima. Sea ese nuestro proyecto personal e intransferible. A pesar de todo.

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