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Lo realmente marginado

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Escribió el sábado el Dr. Ignacio de Posadas: “Hace más de un siglo y ahora con renovado ahínco, la sociedad uruguaya ha marginado y mantenido excluida a la institución no gubernamental y apolítica más grande y más antigua de la historia de la Nación y aún anterior a ella: a la Iglesia Católica”.

Escribió el sábado el Dr. Ignacio de Posadas: “Hace más de un siglo y ahora con renovado ahínco, la sociedad uruguaya ha marginado y mantenido excluida a la institución no gubernamental y apolítica más grande y más antigua de la historia de la Nación y aún anterior a ella: a la Iglesia Católica”.

Ante el énfasis del distinguido colega, podríamos invocar las múltiples aperturas al catolicismo que hizo el Uruguay laico. El Estado recibió dos veces a Juan Pablo II, con expresiones de memorable espiritualidad del presidente Julio M. Sanguinetti hacia el Mentor de la institucionalidad católica. Concelebró los 25 años del papado de Wojtila en el Salón de los Pasos Perdidos, en cuya ocasión el Ministerio de Educación y Cultura sostuvo -por boca del suscrito- que la laicidad no debe implicar ignorancia de la religión sino apertura espiritual a sus aportes.

Pero no polemicemos sobre eso. Mejor, reparemos en que lo excluido no es tanto la institucionalidad romana como la bendita cultura que en el Uruguay supimos crear -contrapuestos pero juntos- los católicos y los liberales, el colegio confesional y la escuela laica. Hoy más que el catolicismo, lo marginado es el espíritu nacional gestado desde la discusión franca.

Lo silenciado en estos años son los sentimientos básicos, el rigor intelectual, la pasión por las metas y el entusiasmo por la vida. Entre asentamientos, pasta base, mentiras preelectorales, caída educacional y materialismos varios, lo enterrado son los valores humanos: esos que palpitaban desde la Aritmética de Pedro Martín a la Historia de HD, que habían sido escritas por hermanos de la Sagrada Familia pero eran usadas y veneradas en las aulas públicas, en alternancia natural con los textos laicos de Figueira o Abadie Zarrilli y con la filosofía sin religión de Vaz Ferreira.

El abandono de las biografías admirativas que servían de modelo y la adopción de ideologías que le atribuyen ánima a lo colectivo socio-económico en vez de reconocer a la historia como sufrimiento, esfuerzo, pensamiento y acción de cada espíritu humano, opacaron el pensamiento público y facilitaron la formación de masas ni-ni. Y gestaron contingentes que, aun con currículo para competir, muestran un desdén supino por los principios y una indiferencia penosa por el destino humano. Unos en corporaciones y otros a solas, cada cual hace la suya. Sin horizonte.

Repitiendo que todos estaríamos determinados por intereses, pulsiones instintivas e irracionalidades de base, proclamando la guerra de clases como dogma, resultó cómodo sepultar la libre responsabilidad y callar que la vida es empresa por cuenta y riesgo propios. En pleno derroche de asistencialismo, la paz pública cedió a la inseguridad porque decayeron los sentimientos, se abandonó la educación para pensar y, a pretexto de combatir los “voluntarismos”, se menospreció la voluntad -sin cuya fuerza nadie alza cabeza frente a la adversidad.

Al frustrar el desarrollo integral que el art. 72 de la Constitución manda garantizarle a la persona -primera institución natural-, el destino del Uruguay se juega al achique.

¿A qué nos ha traído marginar lo mejor de nosotros mismos? A la vista está.

Por eso, busquemos juntos nuevas síntesis que decanten lo bueno de cada idea y cada hecho. No sigamos anestesiados, soportando pujos y retorcijones sectoriales. En vez, revivamos los ideales de justicia y libertad, cimiento de la República.

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Leonardo Guzmán

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