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Protocolos y personas

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LEONARDO GUZMÁN
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En la mañana del miércoles, el dueño de la panadería de Paysandú y Yi intentó despertar al prójimo que yacía a la entrada, entre plásticos y jergones. No lo logró. Estaba muerto.

Avisada la policía, se supo que el fallecido se llamaba Gustavo Fabián Castro, tenía 31 años y a las 20:30 de la víspera había buscado refugio en el Mides. Se lo negaron por falta de cupo. Se violentó. La policía se lo llevó, junto a otro desconocido que compartió la gresca.

La Fiscalía lo liberó. Sobre medianoche, volvió a la intemperie. En uno de los amaneceres más fríos del año, murió de hipotermia.

El Presidente Lacalle Pou afirmó su pesar y asumió la responsabilidad. El Ministerio de Desarrollo Social abrió una investigación interna “para determinar qué fue lo que falló”. En el Parlamento la oposición pidió informes. Cada uno reaccionó por lo alto, pero, consumados los hechos, las indagaciones no reviven a la víctima fatal y generalmente le echan la culpa a “desajustes del sistema”.

Dígase lo que se diga ahora, no es esa la clase de vida ni de muerte que la Constitución propone para nuestros congéneres.

Esta inmensa desgracia no debe resbalar. Tiene algo de parábola sobre los agujeros negros de esas formas de burocracia donde cada uno aparece cumpliendo las reglas de su repartición pero como ninguno se sale del molde, el resultado es una aberración.

Es fácil darse por cumplido con obedecer los reglamentos y desentenderse de lo que vaya a pasar después, musitando por lo bajo “eso ya no es asunto mío”. En la base de muchas disfunciones nacionales -públicas y privadas- opera una perezosa renuencia a pensar las metas que reclama el caso concreto, que acuna la resignación, la indiferencia y el dejar correr.

La pandemia puso de moda la palabra “protocolo”. A su tradicional referencia a los cuadernos notariales, se le ha agregado un fortísimo sentido reglamentario, como secuencia detallada de las normas de gestión médica, higiénica, administrativa, etcétera, que condicionan prácticamente a todas las actividades.

El Uruguay tiene el orgullo de cumplir los protocolos contra el coronavirus con mucho más eficacia que otras naciones más robustas o “desarrolladas”. Sin cuarentena obligatoria, el éxito contra el Covid-19 se debe a que abrazamos libre pero colectivamente una firme conciencia de los fines.

Cabe entonces preguntarse: ¿no será hora de recuperar en todo la pasión por las metas para aplicar los sentimientos y la voluntad, terminando con las reducciones de la responsabilidad con siembra de dramas previsibles y evitables?

No habría sido nada original darle un rincón donde pasar la noche -aunque fuera sentado, pero al abrigo- o buscarle una alternativa al infortunado Gustavo Fabián Castro. En las comisarías y los hospitales de Montevideo y el interior eso se hizo espontáneamente desde mucho antes que existiera el Ministerio de Desarrollo Social.

La despersonalización de moda le quitó al Derecho, al Estado y a la convivencia, ese “yo soy tú” sin el cual todo se reduce a código o protocolo de procedimientos… pero se vacía de alma.

Y eso nos va matando a todos, no solo a la intemperie.

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