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Preguntas y principios

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LEONARDO GUZMÁN
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El Dr. Lacalle Pou rindió examen con mesa adversa. No dejó pregunta sin contestar. No esquivó ni se fue por las ramas. Expuso respetuosamente.

Habiendo perdido la costumbre de tener gobernantes que respondieran llanamente y sin ambages -porque de los últimos, uno se refugiaba en el silencio o la ausencia y otro se abroquelaba tras un muro de menosprecio y palabrotas intestinales-, algunos aprovechan para atribuir el discurrir espontáneo del Presidente a egocentrismo o soberbia.

Sin embargo, haber aceptado que lo entrevistase la titular de un informativo nada afín al gobierno da prueba de que ni está encerrado en sí mismo ni está agrandado ni ensoberbecido. Y haber refutado de modo racional y congruente las objeciones implícitas en las preguntas y penales que le tiraron, confirmó su respeto por el pensamiento opositor, reviviendo el leal modo de enfrentarnos que tuvimos cuando el Uruguay aprendió a conjugar el liberalismo de espíritu con los debates nunca terminados sobre mayor o menor intervención estatal en economía, educación, legislación laboral y protección social.

Lacalle sacó excelente nota. Ahora bien. Someterse a interrogatorios graneados que obligan a dar respuestas en salpicón no es método para transmitir la coherencia interior de los principios a partir de los cuales se actúa.

Cuando de principios se trata, responder de contragolpe no es suficiente. Hace falta, además, la exposición sistemática que demuestre una congruencia lúcida y se asome a otear horizontes. En temas básicos, eso hace falta siempre. Más todavía cuando, como ahora, hay que sembrar esperanza y promover entusiasmo a una ciudadanía cansada de miedos y exhausta de lutos; cuando el gobierno enfrenta una pandemia que hace tambalear al país; y cuando en un contexto adverso hay no solo que restañar la economía sino defender los valores, los sentimientos y el espíritu público.

El 13 de marzo de 2020 el gobierno nacional adoptó una decisión histórica: combatir al covid respetando lo más posible la libertad personal. Y en el Uruguay, cuya Constitución se funda en la persona, la libertad es el más alto de los dones.

Por cierto, de la libertad sacrificamos porciones: en esta columna llamamos desde el principio a no olvidar el valor de lo que transitoriamente perdíamos por causa de las limitaciones; pero felizmente quedamos muy lejos de convertir la pandemia en pretexto para, a título de cuarentena, decretar una encerrona como la que agobia a la Argentina.

Haber afirmado el principio de libertad es haber defendido la esencia del ser nacional. La grandeza de esa decisión no merece sepultarse bajo la alfombra de un torneo de repreguntas en “cross examination” al Presidente de la República.

Tampoco merece que nos quedemos sentados esperando que esto pase solo. Al revés: debemos alzar la mirada como ciudadanos, para pensar cómo volver a humanizar una salud, una Justicia y un Estado que se han reducido al mínimo vegetativo y cómo construir desde las lágrimas no lloradas por los aislamientos crueles y los muertos mal enterrados que nos deparó la pandemia.

No es cosa de aguardar recetas del hemisferio norte, donde están tan perplejos o más que nosotros. Es cuestión de pensar por cuenta propia cómo convivir cada vez mejor si esta desgracia sigue. Es cuestión de empujar el pensamiento y volver a alzar el alma que nos hizo gente.

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