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De la pasión al Derecho

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LEONARDO GUZMÁN
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Tenía los totales escrutados netamente a su favor. Lo llamó el presidente Vázquez para felicitarlo. El Dr. Lacalle pudo legítimamente habernos impulsado el domingo a festejar su histórica victoria.

Legalmente no tenía que aguardar el reconocimiento del rival, enredado en el devaneo de que el 90% de los votos observados fuese suyo. Y sin embargo, Lacalle resolvió esperar. Aplazó la fiesta y se levantó el lunes a trabajar. Actitud de estadista. Nos restituyó al Uruguay con gestos de grandeza que ligaban lo personal y lo institucional.

La ciudadanía quiso salir del monolito frentista. Se dio a sí misma un gobierno multipartidario: los casi 200 años del Partido Nacional y el Partido Colorado recibirán la colaboración de lemas con asentados 20 años, movedizos 3 años y bisoños 9 meses. Cada uno aportará el énfasis que le marcó su identidad. Y todos juntos serán llamados a levantar el país con ideas y obras, dejando atrás la chatura, la guarangada y los negocios con amigos.

El nuevo Ejecutivo y el nuevo Parlamento enfrentarán a una oposición cuya mayoría interna está en manos de dogmáticos, fanáticos y ultras. La Administración Lacalle deberá no solo gobernar, sino, además, inspirar. Nos hace falta, a manos llenas, doctrina integral del hombre y prácticas plenas de libertad personal.

El uruguayo vivió tres lustros casi sin vida pública, empachándose de datos y soportando “compromisos de Estado” pintarrajeados pero incumplidos en seguridad, educación y derechos humanos de los asesinados, asaltados y abandonados a la droga y a la intemperie.

Ese vaciamiento colectivo se revertirá únicamente si el gobierno y los ciudadanos restablecen la función personal del pensamiento y la misión institucional de la opinión pública, no aplastada con propagandas huecas ni medida por encuestas lineales: sostenida por valores humanistas permanentes, que vitalicen principios y recuperen los sentimientos normativos, hoy ausentes.

No es cierto que la filosofía humanista sea una etapa muerta porque la hayan arrumbado los programas de Secundaria y la reemplacen por sociología materialista muchos enfoques de las Universidades. Puesto que el humanismo no es la declamación de versos latinos de hace 20 siglos sino la palpitación actual de valores que nos renacen y nos mueven a indignación cada vez que los vemos pisoteados, lo extrañamos en todos los ámbitos: la política, los servicios, el manejo personal y más.

¿Quién no se ha sentido destratado por un Estado sin rostro y una tecnología que anestesia los sentimientos? La indiferencia y la frialdad con el prójimo ¿no están acaso en la base de las desgracias de nuestra época…? Puesto que al humanismo se lo extraña cada vez más en todas las generaciones, es obvio que está llamado a renacer, venciendo al funcionalismo que suprime a la persona y la robotiza.

Para afrontar y derrotar métodos asfixiantes y empujes totalitarios, se construyó la coalición. Por sobre izquierdas y derechas, su triunfo político debe impulsar la renovación -el “risorgimento”- de la conciencia nacional del Derecho.

En la Constitución tenemos un programa de vida para todos. Está incumplido. Es de orden público restituirle su imperio, saliendo de la actual legalidad cojitranca para vivir cada vez más nuestro Derecho como hecho y como idealidad en lucha.

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