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Al pasar, lo esencial

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LEONARDO GUZMAN
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En el reportaje del domingo, el Presidente Lacalle Pou reveló que en sus dos meses y medio de gobierno “el momento de más soledad fue entre el 21 y 23 de marzo”, 

donde tuvo “una fuerte presión, entendible, comprensible, de gente muy cercana y obviamente gente idónea que pedía una cuarentena obligatoria”… “y yo estaba convencido de que no. Convencido que no, filosóficamente”.

Lo dijo al pasar, y enseguida habló de su respeto a la libertad. Se preguntó si en la feria de Piedras Blancas “vamos a poner un móvil policial deteniendo gente” y si en Pinar Norte -“donde a veces le compro a un vecino las astillas y las piñas”-, ¿le vamos a decir no, venga que lo vamos a tener que llevar detenido? En el Uruguay ¿alguien estaba dispuesto a hacer eso? Yo no.”

Al revelar que se sintió solo por defender esa convicción, contó cómo vivió por dentro una experiencia espiritual que siempre ha sido revulsiva, pero la sufrieron los protagonistas de las grandes decisiones presidenciales adoptadas frente a los grandes peligros de nuestra historia: en 1952, no entregarse ante el cierre de fronteras impuesto por el primer Perón; en 1968, no transar con la guerrilla; en 2002, no declarar al Uruguay en quiebra.

Pero al establecer que la decisión de no decretar cuarentena obligatoria -ahorrándole al país torturas como las que viven hoy grandes naciones -no habló sólo de cómo se sintió. Fue más lejos: dijo cómo resolvió: “filosóficamente”. Y ese fue un aporte radical, por cuanto afirmó la independencia del espíritu personal -“yo no”- frente a los reclamos del entorno, proclamando la autonomía del pensamiento propio. Obedeció al mandato de la libertad sin protocolo: incluso ante una desgracia universal, no sucumbir. Pensar. Crear.

La filosofía como amor por la sabiduría, como sed de luz y como pasión por la razonabilidad y la coherencia constituye un intangible que le da alma y cuerpo a la vida de las personas, las familias, las empresas y las naciones. No se le computa el rating. No está de moda, pero cuenta a su favor con algo más valioso: su perennidad, su renacer en calles soleadas de hace 25 siglos en Atenas y en empedrados de hoy en Piedras Blancas, Pinar Norte y donde quiera que avive el seso y despierte.

Arrastrado por la decadencia del pensamiento occidental, el Uruguay se acostumbró a medir todo por resultados numéricos, a analizar separando la realidad en cuadratines, a acallar las dudas, a desvalorizar los dramas de conciencia y a desatender los estados del alma.

Llegamos a olvidarnos que toda República seria necesita un orden público espiritual, levantado hacia ideales y enclavado en principios incondicionados.

Su semilla está en la persona y los pedazos de eternidad que se le abren a la conciencia.

Su fuerza está en las pulsiones del sentimiento y el pensamiento.

Su pujanza de árbol que se hace bosque está en el Derecho, cuya garantía última es siempre la capacidad de desvelo y de entrega del funcionario que quiere resolver con justicia, para el interés general y el bien común.

Si además de medir el Covid 19 por estadísticas lo sentimos como reto a nuestra finitud personal y a la fragilidad de nuestros derechos, capitalizaremos en profundidad los meses de vida que se nos vienen rebanando.

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