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Pasado mañana

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Cuando fue Ministro, un inolvidable sábado ante la Asociación Rural el señor José Mujica amenazó renunciar, diciendo que se iba “a la …” y allí pronunció el sinónimo vulgar de excremento.

Cuando fue Ministro, un inolvidable sábado ante la Asociación Rural el señor José Mujica amenazó renunciar, diciendo que se iba “a la …” y allí pronunció el sinónimo vulgar de excremento.

En la campaña electoral que lo ungió, los despropósitos de sus “Coloquios” obligaron al entonces Presidente Vázquez a precisar desde Nueva York que él no adhería a las declaraciones de Mujica, “algunas de las cuales” -dijo- son simplemente estupideces”.

Durante su gobierno lanzó groserías a granel, empecinándose en imágenes gastro-intestinales.

Y a 200 horas de irse, al admitir ante “Perfil” que sus arrumacos ideológicos con Cristina Fernández no le rindieron frutos, le endilgó a la Argentina no acompañar “un c…jo”, usando un vocablo que -aunque en el uso común se olvida- significa “miembro viril”, y por tanto hace juego con el nivel de las brutalidades que innúmeras veces fijaron su pensamiento en vecindarios de la ingle y la letrina.

Ese lenguaje soez, al final se ha recibido como pintoresco y tomado como de quien viene. Pero he aquí que en el mismo reportaje el Presidente deslizó que “La Justicia, esa señora que ponen con una venda en los ojos y una balanza en las manos… eso no existe, porque la Justicia refleja el peso de las clases que dominan en una sociedad. Los instrumentos jurídicos están sometidos a la historia, y la historia es una lucha de clases…”

Ese concepto ignora supinamente que el Derecho ha sido, desde Sócrates hasta acá, el fruto de una inmensa meditación y una enorme lucha a favor de los débiles, los desposeídos y los injustamente perseguidos, por lo cual, lejos de cristalizar la voluntad de una clase dominante en lucha contra las otras, es el único instrumento que resuelve en paz los conflictos personales y colectivos. Sostener que el Derecho es clasista es ignorar su esencia y es insinuar que la legalidad no sería legítima. Reducir la historia a mera guerra de clases es invocar una teoría del hombre incompleta y falsa. Lo cual, en alguien que ha jurado la Constitución de la República, es una profanación.

Pasado mañana termina esta etapa y, con el traspaso del mando, asumirá el Dr. Tabaré Vázquez. Si dijésemos que esperamos de él una comunicación más seria que la del saliente, nos quedaríamos cortos. Ni en las mayores discrepancias -que por cierto las tuvimos- nunca usó un lenguaje capaz de hacer que la vida pública se degrade a vida “púbica”.

Eso sí: con toda el alma deseamos que la recuperación no sea solo de las buenas maneras y no se origine solo en el gobierno.

En un mundo con guerras de religión y fanatismo terrorista, el Uruguay -que supo inventarse un modo laico de respetar la fe de cada uno y un modo republicano de dialogar entre todos-, no tiene derecho a olvidar su experiencia ni a entreverar sus valores con gobiernos réprobos.

Por eso, el porvenir del 52 % que no votó al Frente Amplio no se agota en 24 cargos apalabrados. La legión de quienes no son gubernistas no debe resignarse a ser pasto de encuestas, dejando que verticalazos corporativistas acaben con el liberalismo de espíritu y la racionalidad crítica. Y el Presidente deberá recibir como maná que, sin pedirle otra cosa que el bien común, sus adversarios le aporten, le discutan y le exijan.

Lo necesita la República, que más allá de pasado mañana debe levantar sus relaciones hoy penosamente deterioradas -a despecho de los rezagados que se prosternan ante la guerra de clases y descreen de la Justicia.

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Leonardo Guzmán

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