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Pandemia y Va Pensiero

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LEONARDO GUZMÁN
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Mañana se cumplirá un año de la primera trenza de medidas con que el Uruguay respondió a la pandemia Covid-19. Fue el 13 de marzo, cuando el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial establecieron un estado de excepción que, con diferentes rigores, subsiste hasta hoy.

Sin cuarentena obligatoria, confiando en nuestra libertad responsable y tratándonos como gente, logramos resultados mejores que los países que impusieron encerronas ganaderas. Nuestros muertos por millón de habitantes nos ponen a la cabeza del continente. Da para decir que hicimos las cosas bien. No para festejar, sino para persistir en lo razonable: al fin de cuentas, el Uruguay está menos peor que otros, pero en zona roja. Ni siquiera la vacuna promete acabar con este flagelo que se ha constituido en nuestra travesía del desierto.

Quienes por ahora tenemos la fortuna de estar sanos, sufrimos el distanciamiento, el abandono y la partida de seres queridos aislados por motivos sanitarios. Funciones esenciales en la salud, la Justicia y la Administración han sido regimentadas al punto de distorsionar su esencia: los médicos evacuando consultas a distancia, las cirugías soportando postergaciones y los abogados sometidos a pedir permiso para ver los expedientes con hora fija para dentro de 1, 2 o 3 semanas y gestionando excepciones según talantes. Se nos instauraron la agonía en soledad y el entierro exprés, sin despedidas presenciales por conciencia.

A esas bajas se nos acoplan los horarios intermitentes o rebanados, la reducción de los puestos de trabajo y la carencia de iniciativas. En vez de la sociedad liberal y creativa que manda la Constitución, tenemos una convivencia resignada. ¿Obra solo del coronavirus? ¡No! ¡Obra de la cortedad de miras materialistas y deterministas, que desde hace décadas nos embretan en antinomias ridículas e infecundas! ¡Resultado de olvidar que sentir y pensar a fondo son los caminos que nos elevan de bestia a hombre!

A enamorarnos de esos caminos apelaron los poetas épicos -los aedos- y los filósofos griegos, las jaculatorias judías y cristianas, las leyendas de la Edad Media, la caballería quijotesca y las proclamas enciclopedistas. En su polifonía, que llega a Frankl, Arendt y Gadamer, nos enseñaron: no te resignes, llena tu minuto con sentido, levántate y anda.

Es lo que recoge el Va Pensiero de la ópera Nabucco. Allí Giuseppe Verdi identificó a los esclavos hebreos con el espíritu universal y puso a Italia a cantar sus estrofas como un himno alzado contra la ocupación austro-húngara y a favor de la unificación que iba a lograrse en 1870.

En su poesía, los prisioneros evocan las dulzuras de la lejana Sión “si bella e perduta” -tan bella y perdida- y suplican que una armonía superior -un “concento”- “le infunda al sufrir, virtud”.

Hace hoy 10 años, el 12 de marzo de 2011, en Roma, Riccardo Muti dirigió una versión memorable del Va Pensiero. Al acceder al bis, conmovido, convirtió el texto en mandato y proclamó: “Si matamos la cultura que funda la historia de Italia, realmente nuestra patria será bella y perdida”.

Su mensaje vale también para nos, uruguayos de todos los partidos, que dejamos eclipsar grandes tradiciones de nuestra cultura y estamos bajo la misma amenaza de decadencia.

Haciéndolo nuestro, quedamos llamados a edificar virtud y gloria por sobre las restricciones y miedos que nos machacan el alma en esta larga temporada de desgracias.

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