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Los otros déficits

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Sobre el déficit cercano al 5% del Producto Bruto Interno (PBI) y el impuestazo a 400.000 personas para reparar el despilfarro de la bonanza, no intentaremos sintetizar lo que escribió Jorge Batlle en Facebook ni lo que dijo Javier García en el Senado. Son piezas imperdibles. Prueban que el continuismo le ocultó la verdad a la ciudadanía: ganó blandiendo un manojo de mentiras.

Sobre el déficit cercano al 5% del Producto Bruto Interno (PBI) y el impuestazo a 400.000 personas para reparar el despilfarro de la bonanza, no intentaremos sintetizar lo que escribió Jorge Batlle en Facebook ni lo que dijo Javier García en el Senado. Son piezas imperdibles. Prueban que el continuismo le ocultó la verdad a la ciudadanía: ganó blandiendo un manojo de mentiras.

Con su voz inconfundible, hace más de medio siglo enseñaba desde el micrófono el Dr. Efraín González Conzi: “El fraude no se hace solo cambiando una papeleta en la urna o falseando un escrutinio. El fraude se hace mintiéndole a la gente para captarle la voluntad”. Tenía razón. Lo acompañaba nada menos que el Código Penal, cuyo artículo 347 llama “estafa” a la conducta de “El que con estratagemas o engaños artificiosos indujere en error a alguna persona, para procurarse a sí mismo o a un tercero, un provecho injusto, en daño de otro”.

Pero no nos quedemos solo en lamentar la desgracia económica, señalar la responsabilidad política y distinguir matices en una bancada mayoritaria que vota regimentada. Sintamos que, por encima de sus autores, los números nos golpean a todos y pertenecen a un país que integramos todos. Sepamos que en esta barcaza deberemos bracear juntos. Y vayamos más allá de la superficie de las cuentas, enterándonos de que a este déficit financiero ciclópeo llegamos por habernos hamacado distraí- dos mientras acumulábamos otros déficits. No los cuantificamos, no salieron en primera página, pero, como las enfermedades insidiosas, nos fueron carcomiendo en silencio y cimentaron los dolores que hoy nos abruman.

El Uruguay tomó por pintoresca la liviandad barata de “como te digo una cosa te digo la otra”. Le hizo el campo orégano a un relativismo absoluto. Enterró el hábito de la discusión a voz en cuello. Convirtió al ciudadano en espectador pasivo e impersonal, capaz de transitar indiferente entre prójimos drogados que duermen en jergones. Aceptó que las campañas electorales dejaran de iluminarse con lucha de ideas y convicciones y se transformasen en torneos de encuestas, pronósticos y diseños de imagen. Por copiar métodos de países con decenas de millones de habitantes, olvidó que aquí somos pocos y nos conocemos y, por tanto, se le dan las condiciones ideales para construir en libertad desde opciones de conciencia debatidas en la plaza pública. Y hasta esperó que un puñado de economistas con cátedra y posgrados garantizara prosperidad, mientras la desvergüenza presidía con facha impresentable, palabrotas inadmisibles y actitud de “bueno... ¿y qué?”.

No se usó la abundancia para educar. No se promovió el trabajo. No se enseñó el esfuerzo. Se subsidió la holganza. Se jibarizó la cultura. Se olvidó que la economía -del griego oikos, hogar, y nomos, norma- impone un conjunto de reglas de entrecasa y disciplina personal. Se rebautizó como izquierdista a la angurria por conseguir capitales para invertir o endeudarnos. Se admiró lo bajo. Del ideal, se olvidó hasta el nombre.

Para salir en serio del déficit que hoy nos pone a parir, deberemos encarar estos otros déficits de base, por encima de partidos. Si no, seguiremos en picada con más de lo mismo.

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Leonardo Guzmán

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