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La Nostalgia que vendrá

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LEONARDO GUZMÁN
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Sin permiso para bailar, con distanciamiento corporal y sometida a controles estrictos, a la Noche de la Nostalgia 2020 van a aplicársele las mismas limitaciones y recelos que sufrimos en todo, por la pandemia. Es lo que corresponde.

La ley debe ser pareja para todos, enseñan juntos el Derecho y el refrán. La profilaxis también, aunque sus reglas no provengan de una “ley” sino de resoluciones ministeriales y municipales, aunque nazcan por acuerdos de sectores y aunque se las llame protocolos, acaso para disimular que son típicos reglamentos de policía administrativa.

Estamos honrosamente lejos de los contagios y la mortandad no solo de nuestros vecinos sino también de los países prósperos del hemisferio norte. Celebrémoslo. Pero además meditemos.

Esta patriada no puede medirse solo en números, puesto que moviliza y estremece conceptos, no solo al mostrarnos que la condición humana es tan frágil que la voltea un virus, sino por evidenciarnos -con la claridad del mejor maestro- cuánto bien podemos construir en el Uruguay con solo resolvernos a aplicar, a fondo, buenas reglas que conciten adhesión y cuánto debemos alejarnos de “modelos” que imponen encierros y castigos totalitarios, como los que desde hace casi cinco meses angustian y abochornan a la Argentina.

Eso sí: no volvamos a la soberbia de creernos mejores ni a la pereza mental del “no hay otra”. Cuando empezó este drama, llamamos a acatar, pero teniendo conciencia de todo lo humano que sacrificamos al recortar nuestras espontaneidades y derechos en aras del bien común. La actitud que adoptamos hoy nos distingue en el concierto internacional. Aleluya. Pero no nos quedemos en la superficialidad del triunfalismo, porque hay mucha hondura por cavar.

Detengámonos a valorar a todos los que se sacrifican escudriñando desde la ciencia y a todos los que cruzan noche y día la línea de fuego entre la salud y el riesgo. Y también a los innumerables trabajadores, cuentapropistas y patrones que cuerpean como pueden la crisis que injertó una parálisis abrupta en la recesión ya heredada. Detengámonos a pensar en todo lo que puede y logra el denuedo nacional por llevar con dignidad las apreturas, reproduciendo el eterno esfuerzo de madres y padres que se desloman para que si hay estrechez, no se note miseria.

La nostalgia es mucho más que una marca acuñada por la industria del entertainment para una movida anual con show y baile. Es la melancolía por recordar una felicidad perdida o por recorrer el callejón de los sueños muertos.

En su origen griego, la nostalgia se vincula con el destierro, tema desde Homero a Dante y Unamuno: es el dolor -algos, algia- por el ánimo de regreso -nostos. El médico suizo Johannes Hofer en 1688 le llamó nostalgia a la enfermedad que diagnosticó en soldados añorantes, que se curaban solos al volver a su patria.

Hoy, alejados los parientes por miedo al virus, suprimido el cara a cara, agendándonos hasta para la pavada, reuniéndonos por teleconferencia y jurando los abogados y escribanos por zoom, estamos viviendo con una parte de nosotros desterrada de nosotros mismos. Aceptado, pero en lucha sin cuartel para que la despersonalización se vaya y rescatemos lo eclipsado humano.

Es que no hace falta que sea 24 de agosto para sentir nostalgia por nuestra plena y espontánea libertad.

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