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De normas y normalidad

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leonardo guzmán
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En diciembre de 2005, Guillermo Chifflet renunció a la diputación para no tener que votar una misión militar en Haití, que su conciencia repudiaba.

Rechazó no entrar a sala o pedir licencia -que todo eso le sonaba a hipocresía y a contradicción con la prédica del Frente Amplio, del que había sido cofundador.

Al verlo sacrificar un cargo por mantener sus principios, en esta columna le homenajeamos el señorío. Más allá de nuestras diferencias doctrinarias, dijimos que la esperanza común de la República fincaba en tener muchos ciudadanos capaces de sostener la congruencia de su conducta cívica.

A ese militante de vida entera, que fue interlocutor natural durante la dictadura, paradojalmente cuando su lema recién llegaba al gobierno, nos tocó darle la bienvenida al llano. ¿Al llano? No, a la altura a la cual se elevó con su ejemplo de socialista dueño de sí mismo. En ese plano lo despedimos ahora, sintiendo que en el Uruguay que debemos construir entre todos, hará mucha falta profundizar en la clase de señorío que encarnó Chifflet como hombre capaz de no dejarse embozalar por una ideología.

Desde los albores de la independencia, el Uruguay tuvo siempre servidores capaces de entregas y renunciamientos. Y hoy mismo, ante el azote de COVID-19 la inmensa mayoría está sacrificando valores y derechos, para servir al bien superior de la salud colectiva.

La veda de encuentros, la lejanía de los afectos, el distanciamiento corporal, la suspensión de los espectáculos, el cierre de la hotelería y, sobre todo, la remisión de decenas de miles de trabajadores al Seguro de Paro, representan recortes de derechos y de intereses legítimos. Y todo eso lo soportamos en paz, porque sentimos que hay valores comunes que están por encima de nuestras ansias y nuestras frustraciones: es decir, porque, como pueblo, sabemos de señorío.

No debe pasarnos inadvertida la trascendencia de estar combatiendo la peste con resultados mejores que los de nuestros vecinos y mucho mejores que los que consiguen colosos del Norte, bajo la conducción de un Presidente de la República como el Dr. Luis Lacalle Pou quien, junto con someterse al escrutinio diario de la prensa y explicar llanamente cada decisión, rechaza la tentación de disponer la obligatoriedad general del aislamiento o los tapabocas, porque confía en el señorío -la responsabilidad libre y crítica- de la conciencia de cada uno.

A pesar de los vendavales políticos, en esta crisis del coronavirus renace y palpita el espíritu liberal que tantas veces nos dio grandeza. Defendamos ese estilo, manteniendo la valoración lúcida de todo lo que tenemos suspendido. Extrañando.

En consecuencia, aceptemos y obedezcamos las limitaciones, sí, pero en el entendido de que sean razonables y transitorias. No para que se queden. No para perder los beneficios del diálogo mano a mano, del compromiso persona a persona y de ser oídos por los que deciden.

No para vivir como “nueva normalidad” un conjunto de normas pasajeras, que no deben derogar nuestro concepto esencial de la persona ni los principios -el señorío- del alma colectiva de nosotros mismos.

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