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Más que 8 muertos

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Ocho fallecidos al incendiarse una casa de salud sin habilitación de Bomberos, que apalabraba tolerancias con Salud Pública! Todos querríamos dejarnos ir por el dolor y la indignación.

Ocho fallecidos al incendiarse una casa de salud sin habilitación de Bomberos, que apalabraba tolerancias con Salud Pública! Todos querríamos dejarnos ir por el dolor y la indignación.

Pero no basta. Lo que se impone es volver a pensar, para extraer del macabro episodio reglas para los días que vendrán. Solo así sabremos luchar contra la sordidez que causa tragedias evitables, como esta o la de la cárcel de Rocha.

Madres y maestras de an-taño no se cansaban de llamarnos a la reflexión. No eran ingenuas. Eran sabias. Sin Kant, Lacan ni Habermas, impulsaban a concentrar sentido común.

Lo del martes es una transgresión más de esa noble enseñanza. Exhibe el modo ligerón con que se adormeció el respeto por las personas. Patentiza el daño que infieren las explicaciones, untuosas pero heladas, que remiten las desgracias a “el sistema” en vez de combatirlas con amor al prójimo de carne y hueso.

Es que en el Uruguay, se congelaron los sentimientos y cayó la reflexión normativa. La angustia por el bien se nos amordazó. Los porcentajes y el relativismo ahogaron la pasión por las personas y los ideales. El ciudadano bajó a un existir que deja resbalar todo, sin nada importante ni conmovedor. También se gestiona la imagen de las muertes evitables, sin que parezcan importantes ni conmovedoras. Como hechos de la naturaleza.

Esto es una fenomenal fractura en la aplicación del De- recho, no ya en los vericuetos legales sino en los principios que deberíamos obedecer hasta sin sentir.

No se arregla con nuevos torniquetes legales, porque para el Derecho no es programa ni progreso que al orden público -con su policía y sus jueces- se le reclame cada vez más por causa del desorden público de la vida espontánea. Ni el sable ni la cosa juzgada sustituyen al amor.

Por eso, más allá del incendio debemos reflexionar sobre los muchos ancianos a quienes, a la fuerza, les empiezan las reducciones en vida: se les cercena la expresión de la personalidad en el crédito, en el trabajo y hasta en la vida de relación.

La idea de que hay que empujar el retiro de los mayores “para dar paso a los jóvenes” corta el diálogo natural con los maestros. Hemos visto retirarse -en medicina especialmente- a profesores que estaban en su mejor madurez y fueron topeados por la edad en vez de ser distinguidos por sus talentos y virtudes, como bien manda la Constitución.

Verdi admiró con Falstaff con 80 años. Bertrand Russell escribió pasados los 90. Niemeyer proyectó más allá de los 100. Si no se tropieza en fatalidades, la alimentación racional y el movimiento permiten atravesar la cuarta edad con esperanzas de salud y ensanchando el espíritu. La vejez ya no agota las posibilidades.

Pero en ese contexto de avances, en el Uruguay de Talice solo pequeños grupos hacen de la “vejentud” un divino tesoro. En vez, aun con excepciones, proliferan los abandonos con depósito en “casas de salud” que no solo carecen de habilitación: carecen del consentimiento de muchos de sus internados, que -lo hemos comprobado hasta con escribano- van allí engañados, ni siquiera contra su voluntad, sino SIN su voluntad.

Los materialismos de todos los signos nos han desdibujado nuestro proyecto fundamental: la persona. Debemos rescatarla de entre los carbonizados de Atahualpa.

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Leonardo Guzmán

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