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Momento político

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Leonardo Guzmán
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Comienzo de año preelectoral. Ya estamos a 18 meses de las internas y a sólo 22 meses de acudir a comicios que debemos hacer tan ejemplares como históricos.

Las crónicas abundan en comidilla. Los excluidos por la edad. Los octogenarios que no se excluyen. Los que se reúnen. Los que son invitados pero no van. Los que no son invitados. Los que están molestos. Los nombres que pueden ser. Los candidatos a candidatos.

En todos los partidos hay grandes avenidas nítidas, pero lo que por ellas transita aparece en estado coloidal. Estamos ya en esa etapa plástica, proteiforme, de aprontes, donde quien más quien menos, todos oteamos el horizonte para comparar nombres tratando de adivinar posibilidades. Desde los tiempos de la ley de lemas sin balotaje, el Uruguay vivió siempre el comienzo de los años preelectorales como su típico momento político.

Realmente lo es, en el sentido corriente de las palabras: es época en que van diseñándose las fuerzas y las opciones para la disputa del gobierno. La pelea por el poder y el aferramiento al poder se han convertido en la quintaesencia de la política, dado el contexto de impudor expuesto por más de un Ministro fracasado pero atornillado. Dentro de ese cuadro, es correcta la costumbre periodística y ciudadana de tener por "político" a este "momento".

Pero "política" no es sólo danza preelectoral de nombres y sectores, sino manera y proyecto de vida colectiva. Y "momento" no es sólo instante o lapso: además en física mecánica, la palabra indica dónde y cómo aplicar la fuerza para conseguir el resultado que se busca. ¡Y eso es lo que precisamos!

El estado de los derechos de las personas y la falta de horizonte en seguridad, educación y salud proclama a gritos que para recuperar a la República no ha de bastar el cambio de elencos.

Tenemos un sistema democrático vaciado de lucha de ideas y una convivencia donde el respeto por la libertad se limita a no mandar preso al discrepante, pero deja sin cumplir el principal deber de toda alma liberal: escuchar al otro, sopesar las razones ajenas, dialogar.

Tenemos un país de sordos, dividido por zanjas sectoriales, donde unos esperan ordeñar votos a punta de marketing electoral y otros miden todo en términos de izquierda y derecha, olvidando que sin doctrina y sin prédica levantada no hay regeneración posible.

Tenemos un pueblo al que hay que reconstruirle la calidad humana en múltiples planos. ¿O no tropezamos a diario en limitaciones intelectuales e insensibilidades morales tanto autóctonas como importadas? El enganche de todos en sistemas despersonalizados y la pérdida de horizonte individual y colectivo, ¿no son acaso alaridos de la realidad que nos reclama llenar la plaza pública y el espacio cibernético con proyectos sensatos que generen nuevas síntesis, recobrando la voluntad embrutecida a punta de resignaciones?

Esa es la "política" que hace falta. Y no sólo para este "momento" sino para todo instante: sembrando sentimientos y razones y no sólo pastoreando votos; buscando acuerdos con los ciudadanos que, voten a quien sea, piensan y sufren; aplicando la fuerza en el lugar justo y con la intensidad necesaria.

No es cosa de esperar, pues, candidaturas-milagro. Es cuestión de poner en valor la capacidad crítica de la ciudadanía. Es decir, de nosotros mismos.

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