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Ministra: ¡Cultura!

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No es un hombre que tenga una vida política propia. Entró al Parlamento por los votos de su mamá”.

“Es un hombre que estudió en una Universidad privada, que nunca tomó un ómnibus ni sabe sacar un boleto, no conoce la vida diaria de la mayoría de los uruguayos y eso es un problema a la hora de gobernar”.

Con esas groserías demagógicamente elegidas, la Ministra de Educación y Cultura María Julia Muñoz intentó descalificar a Luis Lacalle Pou. Al recibir una catarata de reproches, respondió que no creía “haber dicho nada que no fuera cierto”, en los mismos minutos en que el precandidato le restregaba los ómnibus de Cutcsa y Copsa que por años lo llevaron de un lado al otro.

No soy blanco ni frenteamplista, sino batllista; además, el país tiene temas más acuciantes. Por tanto, no me faltarían justificaciones para pasar por alto estos despropósitos, pero me detengo en ellos porque sientan una “doctrina” que desborda al precandidato aludido y a lo meramente electoral.

Decir que el Dr. Lacalle Pou carece de “una vida política propia” es menospreciar el valor de los 955.741 ciudadanos que lo acompañaron en el balotaje de 2014.

Criticarle que haya iniciado la carrera en la lista materna, ignorando que entró al Parlamento hace 20 años y que formó agrupación independiente hace ya una década, es forcejear para reducirlo a “hijo de mamá” acuñando un infundio.

Pensar que quien se recibe en una Universidad privada no “conoce la vida diaria de la mayoría” es ofender a los muchos que no viven holgados pero cuentan los pesos y piden becas para llegar a pagar aulas privadas de todo el país.

Proclamar que para entender y organizar a los demás hay que vivir todo en carne propia equivale a sostener que el cirujano no puede comprender al operado de vesícula porque a él nunca se la sacaron. Eso es ignorar que la cultura se constituye gracias al tránsito de sentimientos e ideas entre gentes que pertenecen a distintas ramas del quehacer humano. Es darle la espalda a la primera función del pensamiento: hacernos saltar las vallas de la experiencia propia y permitirnos sentir con el otro, con simpatía en profundidad. Es estigmatizar por la cuna, negando el valor de los ideales de justicia y libertad, que trascienden la pertenencia al origen y a las corporaciones y llaman a fraternizar en la vida republicana.

Encasillar al otro en los prejuicios que lo dominan a uno es una forma de dogmatismo que levanta muros, allí donde el pensamiento debe abrir rutas. Convencerse de que cada sector tiene “su” cultura y que hay diferencias imposibles de sobrepujar sirve solo para aislar a las personas y a los grupos en compartimientos estancos. Y eso no es defender la cultura sino proclamar que la cultura es imposible.

Por las rendijas de estas desdichadas frases ministeriales asoma un determinismo rancio, propio de una sociología materialista que, tanto desde la izquierda como desde la derecha, conduce a formar corporaciones medievales, cerrando los ojos a las luces de un Sorokin y un Bourdieu y a la enseñanza de los innumerables filósofos que desde el siglo XIX a hoy demuestran la autonomía del espíritu y rescatan la libertad creadora del hombre universal, por encima de su herencia mendeliana, su medio de origen y su circunstancia. La Ministra no se metió con un precandidato sino con toda la República.

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