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De millones y actitudes

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LEONARDO GUZMÁN
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Todos los años Teletón compite consigo misma para superar las metas que se propone y batir sus propios récords de recaudación. En la prensa, la cifra obtenida se vocea en todos los medios de difusión.

En cada vuelta los logros se celebran como victorias deportivas, pero no se agotan en el eco de un grito de gol, porque el vigor material de ese triunfo -132 millones en 2021- viene de más lejos y va mucho más allá de los números alcanzados en cada vuelta.

La robustez económica de las rondas anuales de Teletón proviene de las posturas asumidas por iniciadores, directores, profesionales y asistentes; y se proyecta en la inspiración a los pacientes, que se alzan hasta romper muros anatómicos y fisiológicos; y aprenden a luchar contra sí mismos para remontar la adversidad.

Detrás de estos millones festejados a color y brillo, hay actitudes de fondo rumbo a la meta común: en cada asistido, construir una libertad frente al destino, de modo que el diagnóstico adverso deje de ser un pronóstico irreversible.

Vale la actitud de todos los que impulsan, participan y colaboran.

Y por sobre todo, vale el quehacer de quienes ingresaron con secuelas paralizantes y en pocos años adquirieron oficio y se irguieron como personas de trabajo y lucha. Son una prueba viviente de que las virtudes del sacrificio estoico no son tema de los mitos ni de los filósofos que hablan en difícil, sino asunto de palpitaciones actuales que iluminan las conciencias de los enfermos y de quienes los quieren.

Si en el lenguaje del siglo XIX se llamaba medicina heroica a los tratamientos con sangrías, purgas y sudoraciones para restablecer el equilibrio humoral, en el diálogo del siglo XXI deberíamos llamar heroicos a los pacientes y los familiares que se sacrifican por abrazar proyectos, diciéndole sí a la vida a pesar de todo. Su capacidad de respuesta hoy se llama “resiliencia”, pero ese vocablo no debe ocultarnos que alude a una aptitud que se cultiva como virtud a partir de modelos, admiraciones e inspiración: todo lo cual es hoy barrido debajo de la alfombra por un lenguaje que no reconoce ni ejemplos ni rectores y los opaca bajo el denominador común de “referentes”.

El Uruguay lleva más de medio siglo relevando datos, tabulando estadísticas y detectando insuficiencias y fracasos. Está tupido de diagnósticos socioeconómicos, que pueden servir para incendiar la pradera con enfrentamiento de intereses pero que no generan lo que más nos hace falta: la recuperación de una idealidad concreta y efectiva, volcada a las cosas.

Felizmente las esporas de esa idealidad germinan como espíritu levantado en la respuesta personal e íntima de muchos de los que, en situaciones límites, asumen, apechugan e inician camino a partir de lo que les toca.

Ningún hecho político y ningún debate económico debe apagar la luz que dimana de esta clase de ejemplos. Rodeados de chaturas múltiples, aprendamos a admirar y capitalicemos para la existencia común los paradigmas que olvidamos desde que nos hicieron creer que los datos macro son lo principal y desde que se formaron generaciones que ignoran la lógica del pensamiento, el cultivo de la voluntad y el deber de servir valores incondicionados.

Si no lo enseñan en las aulas, nos lo gritan los que se yerguen a partir de lo incurable.

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