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El mayor faltante

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LEONARDO GUZMÁN
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Con la primera estrella del domingo se iniciará el Rosh Hashaná, entrará el año 5873 del calendario hebreo y entre los augurios -¡Feliz Año, Shaná Tová!-, el 5 de octubre llegará el Día del Perdón, Yom Kipur.

En el modo nacional de convivencia de los credos, las fechas judías son familiares y saludadas. A nosotros nos parece natural y obvio, y lo vivimos con la espontaneidad de una costumbre.

Pero no. Cuando damos por firme y conquistada la vida en común de las distintas religiones y filosofías, estamos ocultándonos que el entendimiento fraterno entre los cultores de diferentes credos nos parece lógico y elemental pero no surgió mecánicamente. Es el fruto de luchas que fueron duras y derramaron sangre. Es el resultado de reflexiones que vigorizaron el ideal de libertad. Para saberlo, no hace falta repasar la historia antigua, hecha con cicuta, tormentos y crucifixiones. Basta leer las noticias de actualidad, que dan cuenta de persecuciones religiosas, con sectas musulmanas que atentan contra los cristianos, promueven guerras de religión y producen “fetuas” -sentencias religiosas- por las cuales mandan lapidar mujeres y perseguir a escritores díscolos como Salman Rushdie.

Basta recordar que la libertad requiere vigilancia para darnos cuenta de que los fastos de los distintos credos no son un mero dato social ni un hábito tolerado por arrastre. Por las hendijas de las diferencias se abre camino la sed de libertad que nos reúne en torno al respeto sentido con fuerza de fraternidad y religión.

Los 3851 años que separan el cómputo israelita del nacimiento de la era cristiana corresponden a acumulaciones históricas disímiles y a modos distintos de vivir la fe y las convicciones. Pero ninguna discrepancia sobre hechos -incluso actuales y sangrientos, como los que se suceden trágicamente en la franja de Gaza- debe inducirnos a olvidar que nos une la raíz común de los Mandamientos que recibió Moisés en el Monte Sinaí y que son el punto de partida de la civilización de mucho más de medio mundo. Bajados del Cielo o ascendidos desde el fondo de la Tierra, los Mandamientos apuntan a la conciencia personal. Orientan, convocan y elevan. Universalizados por el cristianismo y releídos en claves filosóficas laicas, siguen siendo normas con las que medimos las desgracias -los horrores- entre los que se extenúa y desangra lo humano.

En estas horas se ha difundido una encuesta según la cual el 46 % de los uruguayos cree que el mayor problema que tiene el país es económico y sólo el 5 % afirma que es la educación.

Pues no. Nuestro mayor déficit no está en las cifras del PBI, ni en la falta de capitales, ni en la carencia de trabajo. Nuestro faltante mayor se da en el empobrecimiento del ánimo, en la estrechez de miras, en la deserción escolar y liceal, en la incapacidad para agrandar nuestro horizonte. ¡Tenemos universitarios indiferentes a la cultura y hasta peleados con la gramática y la ortografía, y dejamos que el futuro se nos escurra entre los dedos mientras se frena la reforma de la educación por luchas de poder!

Aun viviendo mejor que nuestros vecinos, compartimos las zozobras de ver cómo, en gloriosa tecnología, los pueblos se han convertido en un ato de tribus en un desierto sin amor al prójimo ni respeto por la persona ni fe en las potencias del espíritu.

Por lo cual este Rosh Hashaná no debe sernos ajeno.

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