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De Lula, la lección

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Leonardo Guzmán
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Lula fue todo para sus votantes, fue mucho para sus adversarios. Fue garante de diálogo e institucionalidad y tras dos gobiernos siguió siendo líder. Indagado como protagonista presidencial del Lava Jato, resultó condenado por recibir una coima inmobiliaria.

Agotados los recursos jurídicos de sus abogados y los medios histriónicos de su personalidad, terminó preso.

Duele. Por el Brasil. Por el cariño que, de buena fe, le entregaron sus seguidores, creyendo que la izquierda era incorruptible. Y por el propio Luiz Inácio da Silva, que desde su prestigio como gremialista vivió una novela tejida con sueños altos, diálogos fecundos y siembras reales, pero terminó enredado en el "mensalão" y quedó entrampado en los rastros que dejó una suculenta mordida en ladrillos.

Da para muchas reflexiones. Entre ellas apuntemos dos, que son lecciones para consumo nacional.

La primera: este final en el charco para una saga personal que fue rutilante confirma verdades milenarias: los humanos somos falibles; la tentación es para todos, pero no todos tienen frenos; el poder marea y enloquece. Pero al mismo tiempo echa por tierra supersticiones muy actuales, cuya moda se extendió como maleza: que en las alturas todo vale, que la ley es relativa y es preferible manejarse con los "factores reales de poder", que muchos "la hicieron grossa" y no les pasó nada y que la coima siempre existió.

Debajo del marketing político de múltiples protagonistas, esos disparates se acuñaron como refranes musitados en el Brasil, en la Argentina y en la Banda Oriental que ambos disputaron sin suerte. Si somos lúcidos, tenemos que darnos cuenta de que la viveza es riesgo, el delito no paga y las Administraciones serias se van a la casa con la cabeza en alto y el sueño en paz, como bien supimos —por ejemplo— quienes tuvimos el honor de ser Ministros del Presidente Jorge Batlle.

La segunda: el caso Lula se resolvió a la vista del público por 6 votos contra 5. En la legislación comparada, es legítimo que se dicte sentencia por escores ajustados. La ley las permite, sí, pero no prestigian al Derecho, que resiente su autoridad al resolverse cuestiones de fondo —en el caso de Lula, con trascendencia mundial— por números que suenan tan aleatorios y desabridos como las definiciones por penales.

En nuestro país la votación dividida ya ha hecho surco. El Tribunal de lo Contencioso Administrativo dijo el año pasado que "en la última sentencia dictada respecto de la presente temática se había considerado, por mayoría, que el acto de la DGI que dispone formular denuncia penal resulta procesable ante esta jurisdicción", pero que "con la nueva integración de la Corporación, conformada a partir del ingreso al Cuerpo del suscrito redactor, vuelve a existir mayoría en el sentido de que el acto en cuestión no resulta procesable ante la Sede".

Es malo para el Derecho que los derechos pendan y dependan de quiénes sean los jueces. Esa desgracia debe corregirse trabajando a fondo en el análisis lógico-jurídico y debatiendo cada colegiado hasta construir la mejor solución: con razones y no con votaciones a suerte y verdad.

En un Uruguay con el Derecho enfermo, no perdamos estas lecciones que nos imparte el avatar de Lula.

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