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La lucha que falta

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Leonardo Guzmán
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Desde hace años, es cada vez más frecuente toparse con ciudadanos desesperanzados, descreídos del futuro, resignados.

En verdad, toda persona que se conmueva con el prójimo, todo sujeto pensante que le pase lista al repertorio de las ideas desde las cuales se ha estado ejerciendo el gobierno nacional y departamental, ¡vaya si tiene razones para perder la fe en la recuperación de la economía y la institucionalidad! ¡Todo se ha distorsionado demasiado, como para soñar con la magia del salto cualitativo que todos sentimos que le hace falta a la República! Todos: ¡incluso conspicuos votantes de la izquierda!

Fracasaron las recuperaciones prometidas en materia de seguridad, y vivimos con robos y asesinatos en serie y un Ministro del Interior que se ha hecho serial.

Se hundió la política carcelaria anunciada con bombos y platillos, y ya no se garantiza ni la propia integridad de los presos, entre los cuales se cometen crímenes dantescos.

Se volatilizó la reforma educacional, al punto que hoy no solo tenemos pésimos resultados en matemáticas, sino que está naciendo una nueva generación marcada por la ineptitud para la comunicación verbal y la carencia de capacidad de abstracción.

Murió, a la intemperie y a la vista, el propósito de honestidad en el manejo de los dineros públicos que fue timbre de honor para el verdadero izquierdista.

Con este cuadro y mucho más, la oposición tiene razones para ser políticamente optimista sobre el resultado que hayan de arrojar las urnas. Los guarismos de las encuestas permiten avizorar que el Frente Amplio dentro de 11 meses y medio va a recibir su merecido. La coalición de gobierno sube o baja en los entornos del tercio de los encuestados. Y un tercio es votar bien, pero no alcanza para ganar el gobierno con mayoría parlamentaria propia, tal como lo ha practicado la coalición de izquierda —con los efectos disolventes que a la vista están.

Y sin embargo, las expectativas electorales —altamente mejoradas por la ineptitud probada del elenco armado de retazos que padecemos— están muy lejos de bastar. No bastan, porque los grandes problemas de la República no se van a resolver con solo rotar los partidos y con solo hacernos gobernar por un elenco de fuste.

La retahíla de desgracias que al Uruguay le han achicado el horizonte interno e internacional es el fruto de un conjunto de errores de base, predicados y machacados por ideologías relativistas que nos hicieron perder de vista que por encima de los instintos, los apetitos y los intereses, está y debe estar el pensamiento. No para acallar o reprimir, sino para escuchar, armonizar y encauzar.

Si de veras se quiere raspar hasta el hueso, debemos reconocer que en el Uruguay hace muchos años que se abrazó el posibilismo, se cultivó la pereza mental y se estimuló el silencio cobarde en vez de promover la independencia de criterio.

Con esa deformación que ya teníamos, hemos dejado que cualquier sociología miope reemplace a lo perenne de la filosofía política, la filosofía del Derecho y la filosofía a secas.

Para sacudirnos de encima esa desgracia —fuente de incomprensión y obstáculo pertinaz que se opone al diálogo— habrá que trabajar por la cultura, gane quien gane en los comicios.

Porque esa es la lucha que nos falta.

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