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Libertad espiada

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Leonardo Guzmán
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Desde que en la Edad Media se fundaron las primeras universidades, el conocimiento empezó a salir de las murallas que lo confinaban a unos pocos.

Desde que Gutenberg inventó la imprenta —1450—, la Biblia circuló como Vulgata y el saber crítico se aplicó a todos los temas del Cielo y la Tierra. Invadió los burgos sin vasallaje, se hizo libre examen en los salones, se lo clasificó en la Enciclopedia, se tornó reflexivo en la Ilustración.

Mientras progresaba el método científico, a su costado popular el conocimiento común —la doxa— fue cada vez más masivo y noticioso, merced a la prensa, la telegrafía Morse, la radio y la televisión, hasta que con Internet invadió todos los rincones civilizados del planeta.

Las tecnologías crecieron exponencialmente. Hoy, cada momento de la voz y de la imagen en pocos segundos corretea en familia o se universaliza en redes sin límites. Ningún Estado y ningún particular logra domar la profusión de todo lo noble y disparatado que nos bombardea desde las nubes cibernéticas. Pero muchos adquirieron el monstruoso poder de enterarse, averiguar, refitolear, acumular datos, perforar intimidades y derribar secretos.

En esa materia se llegó al paroxismo con Assange y Wikileaks. Y vuelve a llegarse ahora, con esa empresa que se hace llamar Cambridge Analytics, cruzando el ilustre nombre de la Universidad de Newton y Hawking con la autoridad de los análisis de la disciplina lógica. Con ese nombrete consiguió de Facebook los datos de hasta 87 millones de usuarios y los vendió para atacar selectivamente los perfiles tabulados, a efectos de torcer la intención de voto en la última elección estadounidense.

Tamaña trapisonda constituye un atropello insoportable. Invade a la persona desde sus pliegues más íntimos. Le explota lo mecánico de sus hábitos en vez de estimularle lo viviente de su pensar crítico. La manipula desde la parte irracional de los instintos, igual que al perro de Pavlov se le hacía segregar jugos gástricos con solo oír una campanita.

El espanto no es solo yanqui sino mundial. Es que ahora tenemos confirmado: vivimos en una libertad más espiada que nunca.

Pero no nos quedemos solo en el estupor y la condena. Recibamos a este nuevo bochorno como un recordatorio de que jamás la libertad estuvo del todo a salvo, que siempre debió renacer como una respuesta, alzándose por encima de nuevos obstáculos montañosos, igual que ha ocurrido con todo el progreso del conocimiento y toda la vibración con los valores según lúcidamente mostró Gaston Bachelard.

Cribadas las sociedades por mucho más información que la que cabe en nuestros limitados cerebros, tironeados y percutidos por ristras de ofertas de lo que no nos hace falta, cundidos de apremios externos y registrados por el Gran Hermano, frente toda esa resaca sigue en pie nuestro deber primario: ampliar nuestra conciencia.

Ante redes mundiales donde lo falso y lo verdadero se entrecruzan sin piedad, es evidente que crisis patéticas como la nuestra no van a resolverse solo con las habilidades del mercadeo electoral ni menos con trampas ruines como esta que se montó usando a Facebook.

Para salir enteros de la actual encrucijada manicomial, no es cosa entonces de dejar que nos atiborren de datos sino de reconstruir los principios para insistir en pensar por cuenta propia.

Si no lo hacemos, pasaremos de la libertad espiada a la resignación paralítica.

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