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Inhumano casi todo...

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LEONARDO GUZMÁN
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En la esquina de Andes y Mercedes, Sodre, el sábado dos jerarcas públicos dieron un ejemplo cuya dimensión moral no debe pasar inadvertida.

Como los encargados de recibir al público se negaron a colaborar, el ministro Pablo Da Silveira y el presidente del Sodre Martín Inthamoussu tomaron personalmente la temperatura a los cien invitados al ensayo artístico-sanitario que trabajosamente habían montado. Esa tarea, que la cumple cualquier tercerizado, la asumieron los rectores políticos del servicio. Ni arguyeron que no les correspondía ni sintieron que se les caían los anillos. Asumieron el deber elemental de que el espectáculo no incurriese en infracción ni se suspendiera. Cumplieron el deber de máxima de hacer que el Estado no detenga ninguna función esencial, y ¡vaya si es esencial hoy blandir el termómetro para cuidar al prójimo!

En los mismos minutos, un grupo de artistas liderados por RACU, agrupación circense, manifestó contra el “pase responsable” y reclamó que vuelvan los espectáculos con protocolo abierto, pero sin restricciones. Una “idea a tener en cuenta”, diría Vaz Ferreira.

En contraste con lo ejemplar y serio, en la misma esquina apareció un orador cuya independencia nos ganó simpatía años atrás, pero que ahora ensarta dislates con agravios, la emprende contra todos -Udelar incluida- y en vez de argumentar, insulta.

En la esquina ennoblecida del antiguo teatro Urquiza, de Eduardo Fabini y Erich Kleiber, de la Ossodre y el Ballet, del incendio y el nuevo Adela Reta, se nos irguió un muestrario humano completo. De lo excelso a lo serio, de lo serio a lo deplorable, el ensayo artístico concitó las grandezas y las miserias del actual modo público de vivir, infestado de intolerancias mochas y desafíos torpes.

Hace cien años, José Ortega y Gasset escribió “La deshumanización del arte”. Hoy podría escribir “La deshumanización de casi todo”. Es que casi todo se ha hecho inhumano, no tanto por la manera de mal vivir y mal morir impuesta por la pandemia, como por haber caído la calidad de los diálogos y por haber diluido los ideales y los principios -que nos dicen lo que DEBE SER- y haberlos sustituido perezosamente por explicaciones materiales, deterministas, que a gatas nos cuentan LO QUE ES. Con lo cual bajamos del análisis lógico y la rotundidad constructiva de la discusión en la plaza pública, a la resignación y el aislamiento del ciudadano, cada vez más prisionero de programas impersonales, cada vez menos dueño de su libertad y cada vez menos humanizado.

Los desencuentros avanzan. Ayer saltó a la palestra una ristra de malentendidos en la Suprema Corte de Justicia. Un horror que no tiene precedentes, ni aun para quienes con buena memoria llevamos más de medio siglo ejerciendo la abogacía.

Felizmente, no se trata de corrupción ni de influencias. En eso nuestra Justicia mantiene sus procedimientos a salvo.

Pero, desgraciadamente, lo que salta a la vista es un modo ríspido de lanzar opiniones impropio de la Institución. Y es grave, porque ello sobreviene tras más de un año de casi parálisis, con crecimiento de la distancia entre el Poder Judicial y el ciudadano de a pie.

Estas cosas se arreglan dejando de discutir subjetivamente quién tuvo razón y uniéndose a buscar objetivamente cuál es la mejor razón, para servir a la gente y al Derecho.

Si no queremos deshumanizarnos aún más, deberemos reeducarnos todos para lo razonable, revitalizando ideales, principios y un pensar fuerte, apto para respetar. En la Corte y afuera.

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