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De horrores y Derecho

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Se probó que era falsa la licenciatura que ostentó Raúl Sendic y nunca existió el título de Ingeniero con el cual la Corte Electoral lo proclamó “candidato único del Partido Frente Amplio” en el aviso oficial que fechó 31 de julio de 2014 y publicó el lunes siguiente -4 de agosto- en otros medios y en la página A7 de El País.

Se probó que era falsa la licenciatura que ostentó Raúl Sendic y nunca existió el título de Ingeniero con el cual la Corte Electoral lo proclamó “candidato único del Partido Frente Amplio” en el aviso oficial que fechó 31 de julio de 2014 y publicó el lunes siguiente -4 de agosto- en otros medios y en la página A7 de El País.

El hecho provocó repugnancia en la conciencia moral y jurídica de la ciudadanía. Pero hubo quienes corrieron solícitos a colocar la política por encima del Derecho… y el Plenario cerró filas para condenar a los medios y acusarlos junto con la oposición como desestabilizadores. La mentira terminó aplaudida y festejada como una gracia. El gobierno tuvo por concluido el tema y buscó dar vuelta la hoja.

Blancos, colorados e independientes dijeron en el Senado lo que correspondía. Por encima de discrepancias -¡tan propias de nosotros, los libres!- nos sentimos representados por la precisión y la franqueza de los opositores. Bordaberry, Lacalle, Heber, Mieres y todos enfrentaron la calumniosa versión que osó atribuir intención política al lío que armó Sendic en dúo consigo mismo. Frente a la burla afrentosa -el escarnio-, se irguieron, interpretando sentimientos elementales en el lenguaje levantado del Parlamento de antes. Al hacerlo, cumplieron la función más noble de la vida republicana: defender los principios elementales del Derecho, incluso cuando otros prefieren la inopia, cierran la cabeza como caparazón de molusco y aprietan filas para mejor embriagarse, aplaudiendo lo impresentable.

Estábamos sumidos en el horror por el vaciamiento de conciencia de los unos y conmovidos por lo desgarrador de la batalla que libran los otros, cuando nos atravesó el corazón otro atentado -esta vez sangriento- dirigido contra el Derecho: el apuñalamiento en Paysandú de un hombre, por la única causa de ser judío.

Se llamaba David, nombre hebreo que significa amado o elegido por Dios y que corresponde al rey-profeta que veneran las tres religiones monoteístas. Se apellidaba Fremd, que en alemán significa extranjero, ajeno o desconocido. Pero un horrible martirio lo transformó de golpe en símbolo de lo más uruguayo, lo más propio y lo más noble que tenemos: el respeto y la libertad.

Las lacras del fanatismo anidaron en el cerebro imbecilizado de un maestro que se dejó emponzoñar el alma y hoy nos da escalofríos sentir esquirlas del yihadismo en casa. Si el autor integra una célula organizada, si es un zombi incapaz o un criminal consciente, lo dirán las pericias con su precisión o con su falsa precisión. Pero eso es mucho menos importante que comprobar, sin necesidad de pericia alguna, que el fanatismo se abre camino en la medida en que la prédica republicana viene retrocediendo y correlativamente avanza la ignorancia de las bases de comprensión y afecto donde se asienta el Derecho como un “yo-soy-tú”.

Ante el fuego graneado de la insensatez, la brutalidad y el fanatismo, debemos llamarnos recíprocamente a enseñar Derecho a manos llenas y a reconstruir el aguijón de los sentimientos normativos, saliendo resueltamente al cruce de la degradación de la persona humana, fundamento último de nuestra Constitución.

Regresar a esas bases puede parecer árido e inconducente en el materialismo inmediatista que hoy nos corroe.

Pero postergarlas y olvidarlas nos sume en la indignidad, la bajeza y el crimen. Y eso ni es de izquierda, ni es de derecha, ni -insistimos- es uruguayo.

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Leonardo Guzmán

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