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Hilachas o principios

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Leonardo guzmán
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Que un Comandante en Jefe del Ejército sea relevado y al otro día instale la duda sobre si habrá de postularse a Presidente pese a sus incompatibilidades, rechina.

Las prohibiciones de orden público son mandatos ineludibles: no están para esquivarlas sino para cumplirse.

Que un partido nonato eleve preces para que su candidato sea un ciudadano que carece de experiencia política por haber hecho carrera militar, choca. No se hace política de la noche a la mañana, por la inspiración impensada de un rayo súbito. Sin entrenamiento no se adquieren los hábitos de discurrir y discutir que exige la vida republicana.

Que el vocero de ese extraño planteamiento sea quien hasta la víspera era el Escribano de Gobierno -y como tal documentó la asunción de Sanguinetti, Batlle, Vázquez, Mujica y otra vez Vázquez-, asombra. La Presidencia no es un cargo cualquiera, por lo cual labrarle las actas no es copiar formularios: impone una visión global de todo el sistema institucional en juego.

Pasados unos días, el episodio ya no es noticia. Es que nació pasajero. Tanto que la proclama se hizo en un hotel, albergue transitorio de población flotante. Y sin embargo, merece que nos detengamos, ya que semejante conjunción de extravagancias no se da todos los días ni todos los años ni en todos los gobiernos.

El caso de referencia debe registrarse como lo que es, un síntoma más del alto divisionismo que nos va encerrando en grupúsculos y hasta en nosotros mismos. Y no nos sirve de consuelo que la misma desgracia la esté enfrentando una troja de países encabezados por Italia, España y Francia.

Ese argumento por comparación o por serie de semejanzas vale para clasificar en sociología, pero no sirve para ejercer la responsabilidad cívica de sostener nuestra Constitución, fundada en la persona, la conciencia y la libertad. Nosotros, tres millones de habitantes en un balcón sobre el Atlántico Sur, somos responsables de nuestro destino. Y así se haga mundial la atomización ciudadana, aquí y ahora nos incumbe combatirla construyendo puentes entre todos.Para evitar el divisionismo, caminos hay muchos. Lo que falta es énfasis y decisión para recorrerlos. Dialogar; oír al ajeno; pensar los problemas directamente; salir de los baldes ideologizados; enseñar a empujar la reflexión hasta las últimas consecuencias.

Si eso hacemos, pronto vamos a redescubrir el valor de los principios para responder al desconcierto relativista que nos demuele por dentro.

Un día las campañas electorales dejaron de ser siembra de ideales y proyectos, y se convirtieron en emprendimientos de marketing más o menos vistoso.

Otro día comprobamos que los que más pintarrajeaban paredes e instalaban dogmas agresivos en cada colectivo -obrero, patronal, de género, LGBT- servían para ganar elecciones, pero no sabían cómo darle un futuro al país.

Si ahora todos probáramos con la Constitución como programa y con los principios como guía, veríamos cuánto podemos hacer juntos, por encima de las divisiones, tejiendo en vez de deshilacharnos.

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