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Héctor Morás, a su manera

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LEONARDO GUZMÁN
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Me llegó profundamente la muerte de Héctor Morás Lombardo. Lo siento no solo como un amigo de mucho más de medio siglo y un excelente padre y abuelo, sino como un prototipo humano de versatilidad y cultura general.

Sobresalió en su profesión sin quedarse encerrado en ella. Estuvo siempre abierto a entender lo que vendrá. Se emocionó y vibró con lo ajeno desde una sensibilidad a flor de piel.

Fue tenista por entusiasmo propio y fue piloto de carrera por destino. Desde los cinco años paseaba en el auto de un vecino de puerta de su casa paterna. El vecino era Héctor Suppici Sedes, que después fue su padrino y mentor. De la mano de ese símbolo, que fue la mayor gloria de nuestro deporte motor en la primera mitad del siglo XX, se hizo profesional del automovilismo. Y desde allí, Morás tejió vínculos, abrazó causas y, a fuerza de ser natural, forjó una personalidad querida en los más variados círculos. Mejor dicho, por encima de todos los círculos, sin ofensas ni exclusivismos.

En el deporte motor hizo de todo. Corrió en Punta Fría, en El Pinar, en Tarariras, en Buenos Aires, en La Plata. Fue piloto en el 19 Capitales y en el Gran Premio de Turismo de Carretera. Transmitió desde Barcelona la primera consagración de Fangio como campeón mundial de Fórmula 1 y años después relató las mitológicas 24 horas de Le Mans. Tuvo su página especializada en El Diario.

En 1968 creó Velocidad en La Voz del Aire. A su manera, supo entrar en innumerables hogares y allí se aquerenció. Hombre entero frente al micrófono, sembraba un mensaje de bonhomía atenta a todo, de entusiasmo espontáneo, con cruza de ingenuidad en el abordaje y hondura en la intención.

Informaba con objetividad y sostenía sin ambages valores básicos. Aplaudía o condenaba de cuerpo entero. Volcaba sus sentimientos lo mismo en las palabras que en las inflexiones de su voz. Periodista, en un viaje se topó con Cerro en EEUU y le transmitió los partidos. Y en un dramático sábado de 1971 se incendió el Sodre y Morás se improvisó en un género inédito y nos conmovió desde Andes y Mercedes.

Para servir desde la radio, madrugó sin descanso a lo largo de 44 años, hasta que en 2012 se retiró. Tenía 85 años. Y enseguida encontró qué hacer. Profundizó su dedicación al Automóvil Club del Uruguay, cuya Vicepresidencia ejercía junto al Presidente Jorge Tomasi. Vivía esa tarea como una dedicación privada, de interés público. Hasta hace pocos meses, desde su cargo se interesaba por el deporte pero también por la seguridad en el tránsito, los motores eléctricos, el porvenir de la movilidad y mucho más. Nítido en pensar y fuerte en apasionarse, nada le era ajeno. Envejeció ascendiendo en espíritu.

Decir la verdad de los hechos y no callar las convicciones es una vieja tradición de nuestro diarismo, que se incorporó a la radiodifusión desde sus inicios y que don Raúl Fontaina convirtió en doctrina cuando proclamó: “la radio debe tener un alma”.

De esa tradición fina de espíritu y popular en audiencia, fue portador Héctor “Coco” Morás. En su nómina está inscripto con palmas.

Su arquetipo de hombre versátil representa al uruguayo capaz de vincularse a todos los ambientes, sin segmentos ni cenáculos. Capaz de emocionarse. Y capaz de vivir a su manera.

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