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La guerra ¿de qué?

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Leonardo Guzmán
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El martes, paro absoluto: Día de los Trabajadores. Su celebración en cada 1º de mayo está casi mundializada. Paradoja: los hechos que le dieron origen ocurrieron en Chicago, pero precisamente en Esta- dos Unidos y Canadá la conmemoración no se cumple en mayo sino en setiembre, como Labor Day.

El 1º de mayo se estableció en el Congreso Obrero Socialista de la 2ª Internacional —París 1889—, como jornada reivindicativa a cumplirse en homenaje a los Mártires de Chicago, obreros guiados por sindicalistas anarquistas que murieron —unos a manos de la policía, otros por ejecución dispuesta en sentencias rápidas— de resultas de los enfrentamientos que acompañaron a la huelga general que, en reclamo de la jornada de 8 horas, se inició el 1º y culminó el 4 de mayo de 1886 en la Revuelta de Haymarket.

Entre los condenados a muerte estuvo un periodista, Adolf Fischer, redactor del Arbeiter Zeitung, diario anarco escrito en alemán, que tras los primeros hechos de sangre lanzó la proclama que habría de llevarlo a la horca: "Trabajadores: la guerra de clases ha comenzado. Ayer, frente a la fábrica McCormick, se fusiló a obreros. ¡Su sangre pide venganza!"

Si la sed de "venganza" era la de todos los siglos, el llamado a "la guerra de clases" era reflejo de un documento que databa de apenas 38 años antes: el Manifiesto Comunista, donde en 1848 Marx y Engels sustentaban que el socialismo debía dejar de ser un ideal romántico y tenía que hacerse "científico" sometiéndose a leyes de la historia dominadas por una guerra de clases movida por intereses, según la dialéctica del materialismo histórico.

Repasar estos orígenes de la fecha debe estremecernos la conciencia a todos. No en los límites de su doctrina ya muerta ni en las encerronas de clases sociales que ya no son como hace 170 años, sino en la anchura de lo humano: como sentimiento del prójimo y como ambición de fraternidad.

Los mártires de Chicago se constituyeron en un símbolo identificado con banderas cuya justicia, en países como el Uruguay, fue consagrada legalmente sin disparar un tiro. Debemos estremecernos con su tragedia, sí, como semejantes antes que como sindicalistas, sintiéndolos parte de la interminable lista de mártires que han dado las causas de libertad —de Sócrates a Jesús, de Juana de Arco a Miguel Servet, de los asesinados por el nazismo a los fusilados por el castrismo— y a todas las víctimas de guerras infames como la de Siria.

Hoy el comunismo abandonó la pedantería de llamar "científica" a su doctrina clasista. El cambio de las condiciones técnicas y jurídicas del trabajo provocó la formación de clases medias no proletarias. La movilidad social hace que todos seamos interdependientes y no nos encasillemos en un estamento de una vez y para siempre. La guerra de clases ya no es factible. Tan así es, que sus cultores empedernidos salen a buscar guerra entre otros bandos, azuzando toda suerte de resentimientos con tal de montar la guerra de los sexos, la guerra de los relatos y la guerra por toda suerte de reivindicaciones.

Frente a ese cuadro de batallas graneadas, recibamos el 1º de Mayo como encuentro fraterno de todos quienes trabajamos, en lucha juntos por los principios atropellados que nos duelen como lo que somos: humanos viandantes, responsables de lo que vendrá.

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