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Grotesco y trágico

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Leonardo Guzmán
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El juicio penal por la amenaza al fiscal de Corte Dr. Jorge Díaz quedó suspendido hasta quién sabe cuándo, por el recurso de inconstitucionalidad interpuesto por los Dres. Enrique Viana Ferreira y Gustavo Salle.

La suspensión aplaza el trámite, pero no paraliza el repudio que merece la amenaza en sí, siempre: lo mismo como presión sobre una autoridad que como intimidación a cualquier simple mortal. Ese repudio es independiente de lo que vaya a suceder con el proceso. Es de principio.

Eso sí: lo abrupto del corte y lo grotesco de que se hayan divulgado grabaciones que no llegaron a ser controladas en audiencia judicial, no debe hacernos tomar a la ligera el recurso, como si fuera un remedio desesperado para salvar a un colega en apuros. Esta no es una de aquellas inconstitucionalidades insípidas con que se paraban los lanzamientos en los años 60. ¡Qué va! Leído y sopesado, en el planteo entran en juego puntos vitales de los Derechos, Deberes y Garantías que son cimiento y honor de la Constitución Nacional.

Por tanto, la comunidad jurídica y la ciudadanía —que bien recuerda cómo en la vigencia de la Constitución se juegan el destino y los huesos del prójimo— deben seguir muy atentamente las razones con que se ventile y resuelvan los múltiples ítems cuestionados. La Suprema Corte de Justicia está llamada a una revisión auténtica: es decir, libre de todo preconcepto y tan rigurosa en su análisis lógico-jurídico como amplia en su horizonte hermenéutico.

Lo requieren los procedimientos penales, que han quedado pisando sobre baldosas flojas. Lo requiere la República, para que tengamos la certeza de que se cumple lo que la Constitución manda y para que volvamos a sentir la vigencia de los conceptos básicos del Derecho. Y todos esos requerimientos son ya de primera necesidad.

Las noticias de la última semana han vuelto a mezclar lo grotesco con lo trágico. Por cierto, el Uruguay siempre tuvo un rincón de sainete, con resbalón hacia lo grotesco y fronteras porosas con lo chabacano. Pero ahora hemos caído a niveles que claman a gritos por una revolución del espíritu.

La cultura nacional nació y se hizo fuerte recogiendo y elevando las formas primarias de la sensibilidad hacia valores y principios superiores. Por educación o por instinto, el uruguayo cultivó —conociéndola o no— la máxima que Terencio proclamó hace 22 siglos: "Hombre soy y nada de lo humano me es ajeno".

Es tiempo de mirar de frente cuánto bajamos.

Bajamos hasta el punto de que el segundo crimen del llamado Kiki —fruto de la incapacidad de la policía para recapturarlo por el primero— motivó —¡en un jerarca de la educación!— un comentario grotesco cuya insolencia fue desnudada en la ilevantable nota que publicó el martes el Dr. Pablo Da Silveira.

Bajamos hasta el punto de que el Presidente de la República se desencaja ante una interpelación callejera, de las que tantos grandes gobernantes soportaron a la intemperie, sin usar el poder para montar la revancha, pequeña y grotesca, de difundirle las deudas personales del que lo llamó "mentiroso", violando las leyes que muy bien enumeró Gerardo Sotelo en su nota de ayer, también ilevantable.

Con este cuadro, para reconocernos a nosotros mismos hace falta que nos demos cuenta de que la acumulación de lo grotesco viene siendo, cada vez más, una verdadera tragedia.

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