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De Francia y el Uruguay

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Leonardo Guzmán
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¡Cuántas lecciones imparte el episodio que sacó del anonimato al malí Mamoudou Gassama! 

Filmado el sábado por transeúntes de París, sigue dando la vuelta al mundo su imagen de hombre-araña que, sin más herramienta que brazos y manos, escaló la fachada de un edificio y en 30 segundos llegó al 4º piso para salvar a un niño de 4 años que colgaba de un balcón.

Sin vueltas, declaró: "Vi gente que gritaba, los autos tocaban bocina. Salí, corrí, miré cuáles podían ser las soluciones, subí y gracias a Dios lo salvé."

El lunes Emmanuel Macron le entregó la pertinente medalla al Acto de Coraje y Devoción, "porque es un ejemplo y es normal que la nación le esté agradecida". Y en su cuenta presidencial de Twitter, resumió el encuentro así: "Le anuncié que en reconocimiento de este acto heroico sería regularizado lo más pronto posible, y que la brigada de bomberos de París estaba lista para recibirlo. También lo invité a solicitar su naturalización porque Francia es una voluntad, ¡y el Sr. Gassama con su compromiso demostró que la tenía!"

Sí, Monsieur Macron: según prueba la historia —de Vercingetorix a De Gaulle— Francia es una voluntad, como una voluntad es todo pueblo y toda persona que se yerga por sobre sus dificultades, para vivir en serio. Cada nación es un querer vivir colectivo, enseñaba Ernesto Renan. ¡Y es excelente que esto se recuerde, cuando el relativismo y la indiferencia se entrecruzan con el crimen, estragando destinos de "nosotros mismos"!

A su vez, al salir del Elíseo Mamoudou volvió a aclarar: "No pensé nada. Traté de salvarlo y felizmente lo hice." En ese inmigrante sin papeles, el acto de heroísmo no le surgió, pues, de una reflexión cartesiana que le aclarase las ideas antes de resolver. Su "no pensé nada" evidencia que captó de inmediato lo que tenía enfrente, por intuición. Y la intuición es una facultad que —retomando a Bergson y Husserl— deberemos rescatar del naufragio en que la dejamos ahogarse junto con el sentido común, enfermando a nuestros países a fuerza de interpretar, justificar y mirar pa otro lado.

El valiente Mamoudou es de una raza que aquí conocemos bien, porque es la misma que se encarnó y reencarnó en nuestros Atilio Pelossi, Dionisio Díaz, Gustavo Volpe y los siempre renovados policías y civiles que arriesgan y pierden su vida por salvar a un semejante.

¡Lástima la diferencia con que hoy el Uruguay oficial ofende al heroísmo de los que se arriesgan a diario como policías o custodias y al martirio de las víctimas y sus familias!

En Francia, la inmediatez del acto heroico se dio la mano con la inmediatez del reconocimiento de un gobernante sólido.

En el Uruguay, a los sepelios de policías muertos en actos de servicio no acude el Ministro del Interior. A los deudos de las víctimas de salvajadas no los reverencia el poder. A la señora cajera —no "la mujer"— asesinada al salir de trabajar en la Ancap de Neptunia, la despidieron la nobleza del patrón en su carta pública y el pueblo en la ruta. Oficialmente, nada: hace años que allí a la tragedia la ensucia la banalización. Antes nos medíamos con la Europa al norte de los Pirineos. Eran nuestros modelos precisamente Francia o Suiza, Gran Bretaña y Alemania.

Llevamos tres lustros de afinidades ideológicas con los Kirchner, los Maduro y los Castro. Y hemos venido a parar a este bochorno, con el que tenemos que acabar.

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