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Extrañando a Pilosof

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Con el Varela al borde del cierre, con el gobierno nacional cuerpeando déficits propios pero asumiendo los que genera la mala leche de los negocios con Venezuela, con una teocracia asesina renaciendo en el yihadismo y Europa sin rumbo cierto, ¿cómo no extrañar a Nelson Pilosof, cuando en el país y en el mundo se eclipsan los valores que él sirvió como hombre y fundamentó como filósofo?

Con el Varela al borde del cierre, con el gobierno nacional cuerpeando déficits propios pero asumiendo los que genera la mala leche de los negocios con Venezuela, con una teocracia asesina renaciendo en el yihadismo y Europa sin rumbo cierto, ¿cómo no extrañar a Nelson Pilosof, cuando en el país y en el mundo se eclipsan los valores que él sirvió como hombre y fundamentó como filósofo?

Pasado mañana se cumplirá un año de su tránsito, devolución del cuerpo al barro del que advino. Pero los sembradores de pensamiento de la talla del Prof. Pilosof permanecen en un hoy inextinguible: ahí no son espectros, sino interlocutores constantes del palpitar que nos perdura. Los apasionados en la búsqueda de lo perenne se identifican con la perennidad y ella les retribuye signándolos con sus destellos. Es como si entre el Cielo y la Tierra hubiese una ley que dijera: Si sembraste amor por grandes causas y te fundiste con ellas, en ese amor y en esas causas tu luz vivirá por siempre. O en otras palabras: si recibiste luz, la agrandaste y la transmitiste, hasta en el olvido permanecerás como una personalidad sin tiempo.

Políticamente, Pilosof era hijo del ideal republicano en su vertiente batllista. Hijo de una familia inmigrante con modestos recursos, se formó y abrió camino por sí mismo en el Uruguay de los años 50 y 60, el país hispanoamericano que más trabajaba por abrirse a lo universal.

Cultor de un liberalismo laico reflejado en el ideal de un Estado sin religión pero respetuoso de todos los credos, llevaba la filosofía inserta hasta en su apellido -originario de Rodas- y la enfocaba desde las más diversas vertientes. Tuvo improntas: de Bergson, la intuición; de Vaz Ferreira, la apertura; de Llambías de Azevedo, el rigor conceptual; de Martin Buber, la trascendencia de encontrarse con el prójimo; de Abraham Heschel, la mística. Pero supo alzarse por encima de escuelas y lenguajes cerrados. Volcaba sus emociones y afirmaba sus convicciones, lo mismo en palabras difíciles propias del filósofo profesional que en conferencias polémicas o poemas escritos en tango y proverbio.

Puso lo mejor de su señorío judío en la lucha por la Confraternidad Judeo-Cristiana. Impecable en la presencia y pulido en el lenguaje, cuando un deslenguado trató de “atorrante” a nuestro pueblo, se sintió tocado y retrucó valiente, sin medir consecuencias.

A quienes creen que la reflexión filosófica es teoría ajena a la batalla diaria, la vida de Nelson Pilosof les demostró lo contrario: íntegro, hasta tres días antes de partir se ocupó de sus afectos, y de vastos temas del pensamiento y, a la vez, de los asuntos de la marca World Trade Center.

No repetía pensamientos hechos: promovía el torrente del sentir y el pensar concretos. Encarnaba las tradiciones que supieron hacer del uruguayo un hombre dueño de sí mismo.

Hipnotizadas por la tecnología y el entertainment, buena parte de las nuevas generaciones se han convertido en espectadoras sin emociones y hasta sin lenguaje para expresar sentimientos.

Ante ello, sentimos la luz en que acompañamos las últimas semanas de Pilosof, cuando quería establecer públicamente las exigencias espirituales sin las cuales no es digna la convivencia, no es posible la libertad y no es factible el Estado de Derecho.

Lo sentía como un mandato personal y universal a la vez.

Y en eso era fraterno con todos los que compartimos las angustias y esperanzas de hoy.

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Leonardo Guzmán

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