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Lo que extrañamos

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Avanza ya el segundo año del tercer gobierno nacional del lema Frente Amplio. Va siendo tiempo de pasar balance y mirar en perspectiva dónde estamos parados y qué dejamos atrás.

Avanza ya el segundo año del tercer gobierno nacional del lema Frente Amplio. Va siendo tiempo de pasar balance y mirar en perspectiva dónde estamos parados y qué dejamos atrás.

No es cosa de reducirse a hacer el inventario de los temas dolorosos, dándose por cumplido con los datos deletéreos de una Ancap que en 2015 volvió a arrojar déficit ni con la vigencia espectral de un vicepresidente que llevó su falsa licenciatura a pasear por Zambia. Menos aun es cuestión de extrañar el poder. Sucesivamente, las actuales generaciones de batllistas y blancos aprendimos a vivir lejos de los gobiernos. Y somos muchos los que podemos enorgullecernos de no haber forcejeado para que el Estado nos alimentase ni para conseguir prebendas, por lo cual aprendimos en carne propia que integrar un gobierno es un honor y una carga, y no una sensualidad para hacer turismo en las antípodas.

Tampoco extrañamos el crecimiento desmedido de la burocracia. En ese pecado incurrieron todos los partidos en alguna etapa de su historia. Si será así que ya en los lejanos tiempos de la dictadura de Terra -hace más de ochenta años- Carlos Benvenuto observaba lúcidamente que había demasiados que se preocupaban mucho más por el Presupuesto que por la violación flagrante de la Constitución.

Por otra parte, de lo que se ha hecho no nos molesta todo. Cuando se mejoraron las instalaciones y el servicio del viejo Instituto Nacional de Trabajo -hoy Dinatra-, cuando se propició la seguridad social para el trabajo doméstico o cuando se impulsaron centros reeducativos para los presos -Punta de Rieles, que es un muy buen ejemplo- sentimos realizado el interés general. Y nos alegra sin ambages.

No extrañamos, pues, nada de lo indicado más arriba ni sangramos por la herida de ningún interés egoísta. Lo que realmente extrañamos es la cultura que hemos perdido y el sentimiento institucional que se ha eclipsado en la ciudadanía y hasta en los protagonistas del elenco político, que insiste en llamarse a sí mismo “el sistema político” como si formase una red estable de siempre-los-mismos y no fuera tan solo la expresión transitoria de la fotografía de las urnas en un momento pasajero de nuestra historia. No hay ninguna unidad de medida que nos permita cuantificar el daño que nos infiere haber perdido la noble costumbre de polemizar con rigor en las columnas de los diarios, de predicar convicciones con fuerza pero educadamente desde la radio y de debatir con temple ante las pantallas de televisión.

Lo que extrañamos -antes con Mujica y ahora con unos cuantos- es la calidad del lenguaje, la coherencia entre el pensamiento y la acción, el clima público, que ha dejado de integrarse con líderes y ciudadanos levantiscos que se constituían en paradigma para las nuevas generaciones y, en vez, ha pasado a amoldarse a un funcionalismo miope y sin ideales. Extrañamos, claro que sí, la conciencia lúcida del ministro que sabía irse. Extrañamos a los hombres independientes que se alejaban, que votaban en contra, que pensaban por cuenta propia y no se rendían al sistema.

Extrañamos al Uruguay de los hombres incómodos, que hasta jugaban la vida en el campo del honor porque sentían sobre sus hombros el peso entero de los principios. Ese tipo de hombre-ciudadano en el mundo ha pasado de moda, pero en nuestro Uruguay es imprescindible para no perder nuestra identidad.

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Leonardo Guzmán

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