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Un estilo lapidado

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LEONARDO GUZMÁN
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Mujica repitió su unipersonal. En las 15 páginas tabloide que le regaló el semanario Voces, hizo un condensado de su habitual cruza de lugares comunes, opiniones a vuelo de pájaro, contradicciones y bolazos.

Ni iluminó con razones, ni aplastó con pruebas, ni suscitó confianza en sus alicaídas huestes. Consiguió el éxito que busca desde hace tiempo: tupir los medios de difusión con las brutalidades que dice como personaje y que en este caso -como en tantos- no pudo sostener como hombre ni como ciudadano.

De Costanza Moreira espetó: “¿Qué te parece una catedrática de politología? Más burra que eso para hacer política, difícil de encontrar. Y la Universidad queda como el c...” Y cinco días después, de la misma senadora dijo con voz salmodial: “Yo sé que se me fue la lengua y ofendí a compañeras brillantes. A Costanza Moreira, una intelectual brillante de la politología… a la que le abrí las puertas… porque la considero muy valiosa e inteligente.”

En síntesis: la payasada terminó con el entierro de José Mujica por José Mujica. En sus declaraciones le contamos 17 groserías intestinales. Ahora bien. Las palabrotas pueden ser espontaneidades del alma o exigencias del libreto para transmitir rotundidad, decisión o fuerza. Pero en el caso, se usaron para encubrir la intrínseca endeblez del ex Presidente, que a los 4 días se desmintió a sí mismo y cantó loas a la descalificada.

El episodio merece constituirse en el punto final de un estilo desenfrenado, que se toleró con sacrificio de la tradición cultural de nuestro pueblo, formado en la lógica y no en “como te digo una cosa te digo la otra”. La sordidez del lenguaje que acaba en este desvarío, ni aumentó las razones ni estimuló el pensamiento público. El episodio debe, pues, servir de epílogo y epitafio no sólo para este caso personal de coprolalia (del griego: kopros, excremento y lalia, habla). Debe enterrar el método que Mujica y sus acólitos instalaron como recurso electoral: la sanata, pero sin la gracia de su inventor Fidel Pintos.

Por años, ese parloteo se cruzó con pesados silencios, que incluso ahora tienen defensores en la amurallada cúpula del Frente, tales como Fernando Miranda, que a gatas musitó “lo peor que se puede hacer es aumentar la polémica a través de la prensa.” Frente al exabrupto, dio la callada por respuesta: la misma con que intentaron proteger a Sendic cuando las pruebas lo hacían tambalear. Es coherente: el silencio en la prensa corresponde a los embelesados por los Castro y por Maduro.

Lo que se agotó es esta manera liviana de salir a la vida pública, que le dio al Frente su éxito en el gobierno. Tengámoslo presente: el Frente Amplio no fracasó. Realizó el programa que tenía, reflejado en estas maneras de plantear los temas públicos. Con sus enfoques, lo que podía esperarse es el descalabro que hoy tenemos. Lo que hizo no le salió así por negligencia o impericia. Su resultado se ajustó a la intención. Fue por dolo directo. En consecuencia, el combate de aquí en más no deberá ser sólo del gobierno que llega. Habrá que salir de la actual agenda económico-criminal-policial donde todo se mide en números y las personas y los valores resbalan. Habrá que rescatar la palabra para restablecer la sensibilidad republicana.

Y así, 2020 devendrá el año bisagra del reencuentro limpio por el que brindamos.

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