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Distintos, en unión

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LEONARDO GUZMÁN
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Acercándose al año y medio de gobierno, los nombres visibles de la coalición marcan su impronta y cada lema sostiene su perfil, pero la unión sigue. No la unidad, que eso es acatamiento y monolito, y ya aprendimos a qué lleva tener una mesa política que entre bambalinas fabrica monocordes.

Lo que mantenemos es una unión, acción y efecto de unirse, conformidad y concordia de los ánimos, las voluntades y los propósitos.

Las trayectorias, las proveniencias y los matices salen a luz. Las opiniones, tras recaer sobre el manejo de la pandemia, de apoco van diversificándose, sobre la seguridad pública, la Rendición de Cuentas, el fideicomiso para las obras municipales o la manera de recuperar la ansiada vida normal sin cortapisas. Juntos pero no entreverados, la capacidad de unión en la diversidad es uno de los mayores éxitos del elenco vigente.

No todo es grieta, no todo es interpelación, no todo es LUC. Lenta pero inexorablemente, la ciudadanía ha ido recobrando la ancestral costumbre de interesarse por lo que dicen voces contrapuestas. De a poco volvió a ser natural leer o escuchar opiniones de los que uno no votó y encontrarlas a veces sensatas, compartibles o dignas de tenerse en cuenta.

Sin necesidad de encuestar, algo nos evidencia que, a la sombra de las soledades y los lutos del Covid, empezó a cundir en nuestro Uruguay la certeza de que ya no hay más espacio para extremismos y, en cambio, nos crecen las ganas de construir una vida fuerte pero razonable, tranquila pero henchida de sueños, reflexiva pero emocional.

Sobre esos estados del ánimo y del ánima, no se habla mucho. Más bien al revés, se los calla y hasta se los disimula. Es más fácil embutirse datos de los CTI, el PBI, la OMS, el BCU. Es más fácil enrolar la atención en proyectos macro o distraerla en chismes de farándula o concursos de cocina. Y sin embargo, ¡son los estados internos y su proyección sobre la realidad lo que ha de moldear el futuro!

No nos engañemos, al cabo de tres lustros de vacas gordas quedamos con un país con goznes aflojados, pobre en proyecto personal y colectivo, demasiado resignado como para entusiasmarse y demasiado temeroso a los riesgos como para levantar vuelo.

Por eso, a todas las iniciativas que asoman en el horizonte, si queremos realzar a la República debemos complementarlas con un gran esfuerzo hacia la calidad: calidad de libertad republicana, habituándonos a frotar los cerebros entre quienes sufragamos contrapuesto, aprendiendo a buscar lo verdadero y justo sin preguntarnos de qué sector viene la mejor luz sobre cada tema, haciendo costumbre de pensar por cuenta propia y con el otro.

Harvey Cox enseñaba que hay un solo pecado: bajar la guardia. No hace falta dedicarse a la teología como él, para sentir que eso es verdad en el más terrenal de los planteos. Achicar la apuesta, ir tirando, ser tomador de destino en vez de forjarlo por cuenta propia, son todas maneras de bajar la guardia. A la hora de reclamarle a la ministra Arbeleche que remonte el PBI y tenga más caja, recordemos cuánto vale estar gobernados por una coalición abierta, donde la diversidad debe entrenarnos para una mejor comprensión.

Y tengamos presente que el porvenir moral y material, dependerá en gran medida de las ideas a partir de las cuales aprendamos a vivir en un mundo que cambia pero, a pesar de todo, sigue apasionante.

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